Sé que soy una persona media difícil. Además de tener harto carácter, soy bastante llevada a mis ideas, y cuando hay cosas que no logro entender muy bien me complico ene, porque me carga que me saquen de mis esquemas. Por eso adoro a mis amigas, porque además de esforzarse por quererme como soy, son personas increíbles, generosas y llenas de intereses y ganas de conocer cosas nuevas.
Por eso me frustra un poco la idea de no ser tan abierta de mente como el resto del grupo, y no saber cómo reaccionar cuando no comparto alguna de sus decisiones, o peor aún, ahora que una de ella decidió cambiar por completo su vida y volverse, como yo la llamo en secreto, “mística”. Y no me refiero a que ande viendo cosas, o que quiera leernos el tarot a cada rato, sino a esa tendencia que he visto en muchas otras personas, de sumarse radicalmente al estilo de vida oriental y aplicar todas esas enseñanzas en su cotidianeidad, como practicar yoga como meditación casi todos los días de la semana, volverse radicalmente vegetariana, y volverse fanática de las cascadas de agua, los inciensos, la ropa suelta y las alpargatas.
Lo sé. De verdad que eso no debiera tener nada de malo, al contrario: si mi amiga se siente satisfecha y plena con su nueva espiritualidad, yo debiera apoyarla y sentirme feliz por ella, aunque no comparta sus nuevos gustos, ¿cierto? Pucha, el problema es que igual me cuesta. Me cuesta no porque no respete la sabiduría oriental (de hecho, creo que ésta le lleva varios años de ventaja al modo de vida occidental), sino porque me choca lo mucho que ella ha cambiado, y cómo siento que nos quiere cambiar a nosotras también. Por cómo nuestras salidas de viernes se reemplazaron por festivales de yoga, o por maratones de pintar mándalas; por cómo nos mira con cara de reproche cuando queremos comer algo de comida chatarra, o tirar alguna carnecita a la parrilla, o cuando alguna quiere fumarse un pucho tranquila. Pero me choca más que nada, porque siento que ella no necesitaba hacer ninguno de estos cambios; que ella siempre ha sido una persona increíble, con un mundo espiritual muy amplio y rico, y que no hacía falta ningún mantra o ritual para confirmarle eso.
Pero después de acharcarme, igual pienso que quizás no es ella la del problema, sino yo; porque al final, las amigas son para eso: para estar, a pesar de las diferencias; para apoyarnos, en todas las circunstancias; y para siempre alegrarnos por la felicidad de la otra, aunque no siempre la veamos de la misma forma.
Imagen: Thecia.com