Cuando empezamos una nueva relación, hay miles de “primeros momentos” hiper especiales. De esos que queremos atesorar en nuestra memoria como hitos de la historia que estamos construyendo: el primer beso, la primera cita, la primera vez que nos quedamos a dormir, las primeras vacaciones juntos… en fin, etapas que vamos pasando, y que en ciertos casos, también nos indican qué camino irá tomando nuestra relación con el tiempo.
Pero entre esos “primeros momentos”, uno de los más complejos y terribles para mí es la primera invitación a la casa de sus papás. Lo sé, un evento que podría ser hiper sencillo y fácil, pero que creo reúne un montón de códigos, presiones e inseguridades que hacen que muchas de nosotras nos volvamos medias locas antes de ese gran día. ¿Recuerdan esa escena en que Phoebe se pone a hablar y a actuar rarísimo cuando va a conocer a los papás de Mike? Bueno, estoy segura de que esa he sido yo en más de una ocasión.
¿Y por qué tanta tontera? Quizás ustedes concuerden conmigo en que la primera vez que nos encontramos con la familia de nuestra pareja puede ser un evento estresante: si realmente nos interesa el chiquillo deseamos generar buena impresión y que nuestros “suegros” o “cuñados” den muestras de aprobación para con nosotras, pero también queremos actuar como realmente somos, ¿o no? ¿Qué pasa si me preguntan mi equipo de fútbol preferido, mi posición política o qué opino del Festival de Viña, y no les gusta lo que digo ? Ay, ¡estrés!
Pero además, desde otro punto de vista, el momento de ser “presentadas” por nuestro hombre (en la cultura tradicional y machista en la que vivimos) nos dice también que nuestra relación está caminando hacia otro punto, a algo más serio. Que nuestra pareja nos lleve a conocer a sus seres más cercanos y queridos es invitarnos a formar parte de ese preciado círculo, porque cree que estamos listas para eso. Cosa que puede asustar a más de alguna.
!Y ustedes, ¿qué piensan del primer encuentro con la familia del pololo? ¿Ha sido una buena o una mala experiencia?
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