Esto sucedió en mi adolescencia y puede sonar extremadamente ñoño: ¡Me enamoré de Tuxedo Mask! Sí, lo confieso con algo de vergüenza. Por ese entonces tenía 16 años, jamás había pololeado y me entretenía siguiendo la serie animada “Sailor Moon”. En ella Serena, la atolondrada protagonista, era una suerte de Cristina Moreno y Tuxedo Mask (o Darien) se asemejaba a Álvaro, por supuesto.
Así es, porque el chico de antifaz cuyas armas de batalla eran principalmente rosas, tenía bastante en común con el galán de Soltera otra vez: siendo Darien (el “simple mortal detrás de la máscara”) era rudo y solía tratar al alter ego de Sailor Moon como “cabeza de chorlito”. Sin embargo, en su modo héroe, la protegía y cuidaba valientemente, apareciendo justo en el momento preciso (cuando la heroína estaba en apuros). Además, cada aparición se acompañaba de una frase bastante poética y romántica que te arrancaba un ¡awww! de lo más hondo del alma.
Para qué estamos con cosas: a las mujeres siempre nos han gustado aquellos personajes con fuerte carácter, pero que ante nosotras se transforman en tiernos y preocupados galanes. Héroes protectores que siempre están cuando se les necesita.
En la segunda temporada, cuando Darien rompió con Serena (para protegerla de una amenaza intergaláctica) ¡sufrí como si a mí me hubiese ocurrido! Cuando la serie partía, mi corazón se aceleraba y la piel se me erizaba. Esperaba ansiosamente que los protagonistas retomaran su romance. ¡Too much!
A tanto llegó mi delirio – el cual compartía con mi mejor amiga – que ambas coleccionamos el álbum de Sailor Moon. ¡Y nos pintábamos las uñas del tono característico de nuestras heroínas! (las Sailor Scout) Juntas suspirábamos por Darien/Tuxedo Mask, ganando las burlas del resto del curso. Pero a nosotras eso nos importaba un pepino: éramos felices en nuestra fantasía.
En aquellos años aún no se masificaba el Cosplay ni la moda Otaku, así es que éramos verdaderas rarezas ante los ojos de las chicas del liceo. Hoy, quizás tal fanatismo por el personaje animado hubiese pasado desapercibido. A mis 30 y algo (y habiendo encontrado ya a un hombre maravilloso, de carne y hueso por cierto) río con ternura al recordar mi fijación por el enmascarado héroe nipón. Además – pensándolo - ¡era bastante inverosímil rescatar a una doncella sólo arrojando rosas y discurseando! Pero en fin, así es la magia de animé.
Y tú, ¿alguna vez te enamoraste de un personaje ficticio?