Cuando era niña, mi papá (de crianza) solía llevar al volver a casa a algún organillero que encontraba en el camino (en los ‘80 era muy común verlos en los distintos barrios, vendiendo remolinos). La idea era sorprenderme con una linda serenata, así es que me declaro una de las afortunadas mujeres que las han recibido.
El dulce sonido del organillo me alertaba respecto a su cercanía. Entonces yo corría velozmente a la ventana. Ahí estaba él, acompañado del carrito en que sonaba el instrumento y brillaban los multicolores juguetes de papel. Su cara se iluminaba cuando me veía aparecer. Me contemplaba todo el tiempo en que las dos canciones sonaban sólo para mí, moviendo su mano al ritmo de la melodía. Disfrutaba mucho ver la emoción con que yo vivía aquellos momentos... ¡Desde el segundo piso de mi viejo edificio, me sentía una verdadera princesa!
Terminaba la serenata y el organillero se iba, tras recibir el pago de papá por sus servicios. Entonces él subía, llevando un bonito remolino para mí, de colores vivos y resplandecientes. ¡Era maravilloso! ¡Realmente mágico! Hace poco más de 20 años, el cáncer se llevó a mi viejito. Asimismo, el organillero desapareció de mi sector. Pero cada vez que escucho la melodía de este lindo instrumento (generalmente en los parques santiaguinos) o distingo a lo lejos el multicolor brillo de los remolinos, me parece verlo sonriendo con ternura y alegría, ansioso de ver mi cara ante la melodiosa sorpresa. Por eso, la música del organillo para mí es increíble y cuando la oigo, difícilmente puedo contener las lágrimas.
Y tú, ¿tienes algún lindo recuerdo al sonido del organillo?