Debo reconocer que uno de mis placeres ocultos es -al quedarme sola - hablarme a mí misma. Tal como lo leen. Me gusta mantener largas conversaciones conmigo. Es más, cuando estoy triste me doy ánimo y a veces hasta me reto. ¡Y suelo darme muy buenos consejos! (Aunque no siempre los sigo) Basta con que me quede sola para empezar a conversar con mi “yo interno”. ¿Qué hacemos?, ¿Dónde vamos?, ¿Qué comemos? y un largo etcétera. (Sí, siempre hablando en primera persona plural; es decir, de “nosotras”). Y mientras tomo algún refrigerio, también hablo harto conmigo. Me río (tengo salidas chistosas) y la paso bien. Analizo la vida, el punto en que estoy, mis decisiones, etc. Entonces me digo: “No, poh. Actuaste mal. Deberías haber hecho las cosas de esta otra forma. Pero no te preocupes, podemos hacer esto”. ¡Me asombra la claridad mental que tengo y la facilidad con que me proporciono soluciones! Y es más, puedo decir que soy una buena compañía.
Claro, dirán: “ésta está de patio”. Pero no. Nunca tan loca para “escuchar voces”. Es más, tampoco converso conmigo en la calle. Sólo cuando no hay nadie. ¡Y son diálogos bien entretenidos, les contaré!
¿A alguien más le pasa o soy la única lunática?