Con el único fin de no hacer este post demasiado auto-referente no comentaré sobre mi edad (ojo, no es porque me dé vergüenza; es sólo para que mis queridas lectoras Fucsia no se sientan excluidas). Lo que sí diré es que soy adulta joven, con edad suficiente para salir por mi propia cuenta y méritos. Mi único problema es que - por alguna extraña razón -, siempre termino destinando los mejores días de mis vacaciones (y de mi juventud) al veraneo en familia.
Me encantaría partir este párrafo con música folk-melancólica o tétrica: efectivamente, hasta el día de hoy salgo de paseo con mis padres y mis dos hermanas menores ¿Qué mejor? (...) No voy a divagar con la respuesta. Cualquier cosa sería mejor que esto.
Para seguir esta conversación miserable, hagamos una breve recapitulación: desde la adolescencia, la mayoría de nosotras sueña con ese increíble momento en que tus padres finalmente "cortan el cordón" y te dejan volar al mundo con libertad. O sea, te autorizan a disfrutar tu asueto con ciertas personas que no son ellos. En un principio puede ser tu abuela, tía o en el mejor de los casos, una familia ajena. Sí, como los padres o hermanos de una amiga, quienes te dan lo mejor de dos mundos: la estabilidad y comodidad familiar pero también la buena onda de dejarte salir y pasarlo increíble, ya que no tienen la autoridad para retarte o prohibirte cosas.
Una vez que pasas el primer año lejos del nido, la palabra independencia se convierte en tu segundo nombre. A la siguiente ocasión apuntas más alto. Esta vez tu paseo de enero-febrero es con la misma amiga, sólo que en lugar de sus padres vas con...más amigas. Lo que obviamente significa una cosa: Boys, boys, boys (créditos a Britney Spears). Exacto, estás en el lugar perfecto, con la gente y edad precisa para - después de pasarte horas bajo el sol - aprovechar la tarde-noche y conocer a algún muchacho con quien puede darse más de una cosita.
La última etapa a completar viene con el fin de la adolescencia, cuando dejas atrás el colegio y entras a la U (si aún no lo experimentan sigan leyendo, ¡les pasará!). Aquí definitivamente gozas de absoluta autonomía ya que - por lo general - ser mayor implica algo de capital en tu bolsillo. Esto te permite - con o sin ayuda de tus padres - apuntar a conocer el mundo. Ahora tus vacaciones son con el grupo de amigos universitarios, quienes al igual que tú quieren conocer y reventarse carreteando en cualquier parte de América Latina, partiendo por San Pedro de Atacama, luego La Paz, Machu Pichu, Camboriú, Florianópolis, Rio, Buzios y así, hasta llegar a Colombia.
Si tu eres una de las afortunadas que ha hecho esto te digo altiro que te prohíbo seguir leyéndome por la simple razón de que no me agradas (mentira, no te voy a odiar tanto); y admitiré que lo que acabo de señalar es justamente lo que han hecho casi todos mis amigos menos yo. Esto, porque mientras ellos gozaban días de diversión y juvenil locura, yo estaba muy ocupada fotografiándome con mi mamá frente a una estatua o edificio antiguo.
Dándole vuelta a mi problema concluí cómo fue que ésto pasó: no fue mi culpa, sino de mis padres. Son ellos quienes cada año me tientan con la idea de que la pasaremos increíble y que serán "las últimas vacaciones financiadas por ellos". La idea de que el viaje sea gratis y a todo trapo es lo que provoca el impulso irracional de ir con ellos.
Claramente soy una víctima del síndrome del "Nido Vacío", que impulsa la invitación de mis padres. El problema es que este negocio viene con una cláusula que pocas veces tomo en cuenta: decirle adiós a mi independencia y a la aventura de valerme por mí misma. A mis (muchos) años todavía no puedo decir que salí a descansar/carretear/pasear y conocer el calor de una carretera al sur, la diversión de una playa del norte o el frío del invierno boliviano con las personas que atesoro como amigos.
Cambiar el mochileo y los campings por la comodidad de un hotel y un tour me pasó la cuenta. No porque no quiera compartir con mi familia (no me malinterpreten, las fotos con mis padres son invaluables), sino porque estoy bloqueando la posibilidad de crear esos mismos recuerdos con personas que también quiero.
Si mi historia te identificó, no te alarmes. Estoy segura de que tu realidad no es así de dramática o pesimista: lo único que debes hacer es agradecer el tiempo que has pasado con tu familia e inmediatamente planificar una escapada al litoral central, porque febrero todavía es joven. Lo que es yo...les pido disculpas por la melancolía de mi relato y les ruego me envíen energías positivas, porque en este preciso momento estoy preparando mi maleta para pasar - otra vez - los días libres con mis padres.