Nunca pensé que querer tanto, cuidar a alguien, anhelar con pasión, ponerle tanta onda y ganas a las cosas podía ser un problema. Y lo es. Sí, definitivamente lo es ser demasiado intensa para querer. Y no hablo sólo de un pololo, si no del amor a los amigos, a la familia, al mundo.
Eso sí, es necesario hacer una distinción: cuando hablo de intensidad no hablo de ser posesiva. No es lo mismo, chiquillas, porque ser intensa habla de ponerle muchas ganas, no de querer que el otro no tenga más vida fuera de mí.
Ahora sí, dejando en claro el punto, les digo que la intensidad me ha jugado malas pasadas y recién ahora me doy cuenta de eso. Quizás el problema parte en que me encariño demasiado con las personas y trato de que la pasen bien, se sientan cómodas y abro el corazón altiro. De una.
El problema se da cuando el otro no es igual y a veces le importa poco que te encariñes demasiado. Y no es que eso sea malo, sino que simplemente es distinto, manejamos las relaciones de manera diferente. Pero cueeeeeesta verlo de esa forma.
Hace algunos días me puse a pensar en mis relaciones interpersonales, en lo que he vivido en los últimos años. Y me di cuenta que la vida es un ir y venir de cosas y personas. Hoy me encuentro viviendo en un país distinto, con la familia y los amigos de la vida lejos (aunque siempre presentes y pegados en el corazón, porque tengo a los mejores). Llegué con pololo y ahora él no está, tuve un reciente intento de relación que me tenía con la sonrisa pegada a la cara y el corazón latiendo fuerte, pero parece que el miedo lo anduvo frenando de un minuto a otro, así como de repente (¡ven! Esas cosas a mí no me pasan, el miedo no me frena, empiezo con susto pero la sigo y la termino disfrutando). Entonces, esa soledad que te agarra de repente te hace cuestionar la forma en la que llevas la vida.
Y creo que la solución es una sola: DOSIFICAR. Entregar el cariño en cuotas, de a poco, poniéndole hasta cierto toque de misterio (este último vale pa’ las relaciones amorosas, en verdad). Abriendo el corazón más lento, pero quizás de forma más segura.
De todos modos, creo que esa intensidad no es algo absolutamente negativo. Ser intensa también te hace ser sincera, segura, aperrada y comprometida con todo lo que te propones. Nada que decir al respecto, ya que eso es genial y bien ocupado te hace una mujer absolutamente real y luchadora. Pero cuando esa intensidad debe ser compartida hay que dosificarla. Dosificarla para no espantar al otro, para que no se asuste tan de repente, para que te vaya conociendo de a poco y logre sorprenderse al igual que tú de las cosas lindas que puede entregar ser amigos o algo más.
Dosificar, chiquillas. Cariño o interés en cuotas, pero cuotas reales, fidedignas, sinceras. De verdad.
Ahora tendré que ser más paciente, no más. Incluso, diría que tengo que empezar a querer de manera más inteligente para no sentirme tan extraña en un mundo que es más desechable y menos intenso de lo que yo pensaba.
¡Dosis diarias de amor para todas, entonces!
Foto CC vía Flickr.