Ya, lo reconozco. Me ENCANTA comer. Lo disfruto de una manera inimaginable. Y es por esto que para mí es sagrada cada una de las comidas del día: no puedo no desayunar, no almorzar, no tomar once/cenar. Puedo dormir poco, pero jamás dejar de comer ¡jajaja! Incluso me llego a poner mal genio si tengo hambre.
Además, me tomo mi tiempo para hacerlo, ya que es un momento especial del día. Ya sea que esté trabajando o estudiando y tenga mucho o poco tiempo de colación, trato siempre que la comida sea un momento de distracción y relajo. Tal vez por eso sea que la disfruto tanto.
Tengo que recalcar, eso sí, que una de las características de quienes sufrimos de este pecado, es que no debemos sentirnos culpables o preocupados por las calorías. ¡Eso sí que no! La comida se disfruta sin culpa. A lo más, a veces (pero muy pocas veces) trato de evitar ingredientes que sean muy químicos o derechamente tóxicos. Pero por ejemplo, comer frituras trans de vez en cuando, o comida muy condimentada no hace mal, si no se convierte en la base de dieta diaria.
Asimismo, siempre trato de probar cosas nuevas, como sabores, mezclas y platos exóticos. Y qué decir de cuando encuentro picadas de comida que me gusten. Si bien el presupuesto no siempre apaña, siempre que puedo salir a comer, lo hago. Y cuando descubro un lugar en que cocinen rico, no puedo sino gritarlo a los cuatro vientos, contarle a mis amigos, publicar alguna nota en Cookcina, etc.
Para complementar esta obsesión, resulta que me gusta cocinar. Así que comprenderán que es un placer preparar cosas ricas, incluso si estoy sola. Porque se de muchas personas que, aunque saben cocinar, no gustan de hacerlo si no van a compartir dicha preparación con alguien. Pero yo no. Puedo saciar mi pecado capital, ¡claramente!
P.S: no saben lo difícil que fue escoger una imagen, ya que las fotos de comida ¡ya me provocan gula extrema! Todo se ve tan rico ¡ay, me dio hambre!, me voy a cenar será mejor.
Foto CC Vía marthax