Todas tenemos costumbres que al vivir con otra persona notamos que no son tan comunes. A mí me pasó cuando comencé a vivir con mi marido. Lo que para mí era normal resultaba para él un verdadero disparate. Detalles que al parecer eran incluso innecesarios. Por ejemplo, algo que realmente me irrita es que las toallas no estén dobladas como lo hago yo (no podría explicar el método, porque sería un poco enredado). Y no por el orden, sino por la estética. Me encanta abrir el clóset y ver las toallas bien dobladas y todas iguales.
Otra manía que mi esposo no entiende es la obsesión que tengo por las lociones. Una crema de baño para el cuerpo y otra para el pelo. Luego de la ducha, cremas para pies, manos, masaje de piernas y para el rostro. Además de la crema específica para las arrugas y al final, una para peinar los rizos. Lo sorprendente es que no demoro más de media hora en estar lista cada día, ¡soy una experta en aplicarme lociones en un tiempo récord!
Asimismo, un detalle que tal vez sea molesto es que no acostumbro maquillarme en casa. Siempre lo hago en el auto (con mi marido manejando) o en su defecto, en el colectivo. La verdad, lo pienso como un tema práctico. Es más lógico aprovechar el tiempo del viaje en algo útil y así poder dormir unos minutos más. Lo único malo es que en una ocasión dejé el cosmetiquero en la guantera del vehículo y se derritió todo lo que había adentro.
En tanto, otra de mis mañas es que no me agradan las interrupciones cuando estoy en la mesa. Me gusta comer tranquila. Trato de no contestar el teléfono y espero que quien esté conmigo tampoco lo haga. Procuro dejar todo preparado y dispuesto para así no tener que volver a la cocina. En especial el té, porque esa es otra de mis rarezas: adoro tomar esta infusión todo el tiempo, sobre todo con el almuerzo. No consumo gaseosas y aunque sea un día muy caluroso, no puede faltar mi taza de té.
No soy una mujer obsesiva con la limpieza, pero la ropa me gusta impecable. Lavo todo lo que encuentro, desde manteles hasta los trajes del perro. Y uso al menos tres bolsas para lavadora, porque a mi parecer, la máquina arruina la mayoría de las prendas. Me encanta el olor a ropa limpia y no aguanto usar algo que ya se ocupó una vez, ni tampoco que mi marido lo haga. Pero en realidad no creo que esto sea una rareza, ¿o sí?
A fin de cuentas, pienso que todos tenemos manías que pueden sonar un poco extrañas. Sin embargo, en el diario vivir se convierten en costumbres que pasan casi desapercibidas, en especial cuando tienes la suerte de contar con un compañero que te aguanta y además te regalonea todo el tiempo.
Y tú, ¿consideras que tienes alguna maña?