Conoces a alguien (o lo sigues a través de la web) y ¡simplemente te mata! Saber de él se torna adictivo. Puede tratarse de un personaje físicamente atractivo, pero tu interés por él va mucho más allá. Investigas sobre sus trabajos casi al borde de la obsesión. No te conformas con contemplar sus imágenes en Facebook o Twitter: quieres saber lo que piensa sobre temas diversos, seguir su trayectoria laboral o las reflexiones que comparte a través de las redes sociales. Lo más extraño es que ni siquiera lo visualizas como una potencial pareja, no. La atracción es - ante todo - intelectual. Se trata de la sapiosexualidad.
Llegué a este tema dado que mi fanatismo por Cristián Arriagada va mucho más allá de su indiscutible atractivo. De que es guapo el chiquillo, ¡es exquisito!, pero lo que me pasa con él es más: me fascina leer sus comentarios en Twitter o ver sus fotografías en Instagram. Intuyo que es una persona demasiado interesante para entablar una conversación ¡de aquellas! (Y, si no fuera algo tímida, ¡entrevistarlo sería genial!) Me ha pasado también con profesores (ya bastante entrados en años) a los cuales sigo como verdadera discípula. No es que alguna vez se haya cruzado por mi mente un pensamiento como “¡Wow! Qué mino que es el profe” No. Es como que mi cerebro está sediento de nutrirse de sus conocimientos y experiencias. ¡Y al borde del delirio por ellas!
Comentando esto con mi hermana, ella me dijo: “se trata de la sapiosexualidad”. Este término define el hecho de que una persona te interese sobremanera, no necesariamente para protagonizar tus más tórridas fantasías eróticas o iniciar una relación estilo “The Notebook”, sino que ¡para conversar!. Admiras su forma de ser y la sabiduría de que hace gala; sus experiencias, la manera en que ve la vida y algo en tu interior te lleva a anhelar escucharlo para - a través de su relato - aprender más. En buenas cuentas, saber de esa persona “te estimula intelectualmente”.
Algo similar me sucedió al conocer a mi pololo: hablar con él se transformó en un verdadero vicio, al cual era imposible renunciar. No obstante, ese fue otro tipo de sapiosexualidad. ¿Por qué? Bueno, a diferencia de mis profesores (a quienes, obviamente, siempre vi como señores mayores) o mi actor favorito (pese a ser guapísimo), en él encontré a un amor real; un compañero de vida, amante y amigo con quien proyectarme, en las duras y en las maduras. Me enganché de su intelecto, me atrajo físicamente (es bastante mino, hay que decirlo) y además, es alguien con quien compartir una buena conversación y mucho más. ¿Por qué digo entonces que es “otro tipo” de sapiosexualidad? Porque existen dos: aquella en que sí hay interés sexual (como me ocurre con él) o esa en que simplemente ¡lo admiras! (puedes además encontrarlo hermoso, exquisito, OMG, pero no hay disposición de “ir más allá”. ¿Se entiende?)
Esta atracción irresistible puedes experimentarla hacia otra persona independiente de qué sexo tenga. Es decir, una mujer perfectamente puede generártela (esa admiración que raya en la fijación, que activa y deslumbra tu mente). Todo lo que quieres es conversar con ella, conocerla mejor y aprender de lo que sabe. Lo que se produce ¡es genial! Y a partir de esto, pueden surgir muy buenas amistades. ¡Incluso más!
Y tú, ¿has experimentado la sapiosexualidad?