A pesar de cualquier explicación, por muy lógica que pueda parecer, la confianza es uno de los términos más difíciles de analizar y sopesar simplemente porque no requiere mayor análisis. Quizás les suene un poco loco lo que digo, pero hay cosas en la vida que se sienten o no, se hacen o no, y punto. Y confiar, en definitiva, es una de ellas.
Después de encuestas en las redes sociales, mensajes de texto, y llamadas mágicas y enriquecedoras (mis amigos son lo máximo), una de las primeras palabras que aparecen cuando hablamos de confiar es CREER. Y es que la base está ahí. Pero ¿todos creemos de la misma manera? Comienza a ponerse complejo el terreno… ¿y existe alguna técnica o formato para creer? Listo, la cosa es más complicada de lo que parece.
Y claro, el tema se complejiza cuando tratamos de explicarlo de manera lógica y racional, como si todo tuviera que verse desde esa perspectiva. Pero confiar tiene que ver con algo que se genera en nosotros al minuto de entablar una relación, ya sea con los demás o con nosotros mismos, por qué no.
La confianza nace, así como que aparece en algún minuto cuando conoces a alguien y esa persona te genera alguna sensación positiva. Piensen en el comportamiento de los niños, quienes confían sin mediar ni pedir nada a cambio. Por eso no digo que la confianza se gana al principio de las relaciones. Pero a medida que pasa el tiempo esa confianza se puede asentar, crecer, disminuir o romper. Y ahí creo que está el gran problema y pueden caer todas las dudas y miedos del mundo: la difícil tarea de VOLVER a confiar. Aquí si podemos hablar de ganarse la confianza del otro.
¡Rayos! Entramos en terreno pedregoso. Lo cierto es que seguimos hablando del mismo sentimiento, creer o no creer. Así de simple. Ok, no es tan simple, pero es así de categórico. Lo importante acá es darse cuenta que es un trabajo de cooperación, porque si la confianza se perdió fue por alguna razón, y aquel “otro” debe asumir que para que vuelvan a confiar en él debe poner de su parte. Es algo colectivo que conlleva sinceridad, paciencia y mucha buena onda.
¿Qué pasa si no confiamos en nosotros mismos? Entonces, paremos un poco y partamos por casa. Confiar en nosotros es la parte más esencial para poder, después de tenernos fe, confiar en los demás. Si no creemos en nosotros es imposible entregar ese sentimiento a otro, y nadie más que nosotros mismos puede abrirnos los ojos al respecto.
Con el tiempo, también podemos notar que ese sentimiento tan categórico y genuino se va transformando y va adquiriendo algo así como niveles. Simplemente me refiero a que a pesar de confiar ciegamente en alguien, sabemos que esa persona tiene una forma de ser particular o siente de manera diferente a nosotros, por lo que si no hace lo que queremos tal cual lo queremos, no significa que no podamos confiar en él, es sólo que una misma cosa puede tener diferentes lecturas.
Acá me refiero a que si tenemos un amigo olvidadizo y le pedimos un favor, debemos encargarnos de recordárselo si es importante que no falle en esa misión. Sabemos que una de sus características es esa y debemos entender que es parte de su personalidad. Además, todos somos humanos y podemos equivocarnos. Perdonar y dar oportunidades también es parte de creer en el otro. En cambio si una persona te miente o te falla en reiteradas ocasiones, sin excusas de por medio, ahí ya hablamos de palabras mayores o de que, sencillamente, nos están viendo la cara de giles.
Confiar es un acto de fe, y no hay nada más lindo que abrir el corazón a esas sensaciones tan puras y repletas de buena energía. Tíldenme de romanticona y media mística, pero la vida me está llevando por caminos en los que sentir vale más que pensar, en los que vivir el día a día es más importante que pronosticar un futuro que de por sí es incierto, en los que llevar una sonrisa y entregar buena onda es más importante y válido que andar con la sensación de que en cualquier minuto de la vida te pueden cagar.
Para todas a quienes nos han roto el corazón o hemos perdido alguna amistad importante, sabemos que volver a amar o volver a confiar no es fácil. Porque acá hablamos de entrega, hablamos de tomar la decisión de “volver a”: volver a creer, volver a sentir, volver a hacer algo que en algún minuto se dio por perdido y que ahora regresa a mirarnos con ojitos benévolos, pero a los que en el fondo del corazón les tenemos miedo.
¿Miedo a qué? Qué cosa loca, ¿no? Porque el miedo es nuestro mayor límite en la vida. Nos frena de maneras insospechadas y nos hace mandarnos cagadas pensando que así nos evitaremos malos ratos posteriores… No, señoritas (o señores, por si se nos infiltró un varón en la lectura). El miedo es uno de los peores regalos que nos ha dado la sociedad, una sociedad llena de prejuicios, que cree en relaciones desechables, donde el consumo se levanta por sobre todo y todos, y donde no hay tiempo para creer.
¿Y si confiamos, entonces? Vamos, confiemos. Sintamos en lo más profundo de nuestro ser eso que nos hacer creer y nos saca sonrisas. Porque confiar es un trabajo en conjunto, es “ex - ante” como me dijo una amiga, se genera no nace después, y no es algo que se deposita, es algo que se construye, que surge y va creciendo. Y si se pierde, se puede volver a construir, pero de manera colaborativa, en conjunto y siendo muy sinceros.
Justamente estoy en ese proceso. Volver a creer, volver a sentir, volver a abrir el corazón. Y hay días en los que digo “éste no me va a ver la cara de gila de nuevo”, pero me calmo y creo que no es necesario que me la vea, de hecho no puede vérmela porque no la tengo. Simplemente esto soy yo, así como me has visto, como me has sentido, y quiero creer en ti porque me pongo contenta, porque mis ojos se llenan de brillo y porque te siento genuino y lleno de fortaleza y bondad. Al menos así lo siento. Si algo se quebró, es porque algo había que aprender, ahora es tiempo de seguir caminando y disfrutando de lo que se genera cuando estamos juntos.
Y tú ¿te unes a esta cruzada de confianza? Nada se pierde con intentar.
Foto CC vía Flickr.