Cuando te gusta alguien de verdad (y eres correspondido), casi por defecto sabes que en tus planes estará el compartir sus metas, y que, definitivamente, te gustaría que la palabra “consideración” estuviera presente entre ustedes. La verdad es que no tengo gran filosofía en cuanto a relaciones, pocas veces me ha atraído alguien hasta el punto que les describo; creo que de hecho fue con un solo pololo importante y otra persona que apareció después...
Yo no sabía lo difícil que resultaba ese planteamiento de “compartir” sueños y proyectos (hasta que me pasó). Lo cierto es que resulta bastante complicado eso de “amoldarse”, “aceptar” y hacer “tuyos” los deseos del otro. Cuando pasas por algo así te das cuenta que es algo hermoso, que de repente es bueno arriesgarse y que los miedos no son tan grandes cuando tienes convicción.
Acá viene lo fuerte: tiempo después de finalizar esa relación que les comenté, conocí a otro… él es todo un enigma y creo que justamente eso es lo que más me agrada. No lo sabe, pero me desafía como nadie lo había hecho antes y con ello me fascina. Pero hay un problema: tiene tantas cosas en su cabeza, tantas ideas, viajes y proyectos que yo no quepo en ellos. Es raro, puesto que cada vez que estamos juntos, lo pasamos mejor que la anterior, pero al parecer eso no basta. Razona y controla su mente; tiene tan claro lo que quiere que no está dispuesto a dejarlo de lado, ni por mí ni por nadie. Bonito ¿no? Aunque él crea que yo quiero atarlo, la verdad es que sólo quiero “acompañarlo”. Después de todo, ¿cuántas veces podemos conocer a alguien que realmente nos cautive? ¿Y cuántas veces se nos puede ir, sin más? Personalmente, creo que a veces, sólo es cosa de fluir, ya sea para bien o para mal.
Y ustedes, ¿qué opinan? ¿les ha pasado algo parecido?
Foto: archivo de la autora