Una amiga una vez le dio la clave de Facebook a su pololo, creyendo que esa era la mejor opción para que su relación prosperara y las mentiras no fueran parte de ella. “No tengo nada que esconder”, dijo. Con el tiempo, mi amiga nos contaba que ya no era sólo esa la clave que su pololo conocía, sino que se sumaban las de sus correos electrónicos e incluso, banco. Lo raro era que él no compartía el mismo pensamiento y mi amiga desconocía las combinaciones de sus cuentas personales, aunque solía mirar más las cosas de él que las propias y se enteraba de chismes de sus amigos antes de que se los comentara.
La primera reacción grupal cuando nos contó fue gritarle que era una tonta. Que cómo se le ocurría, que no era malo que tuviera secretos y que no pasarla las claves a su pololo no significaba que hubiese algo “raro” de por medio. Además, él ni siquiera estaba haciendo lo mismo. ¡Qué situación más patética! No queríamos ser "pesadas" pero hasta ella misma reconocía que se había metido en la pata de los caballos y que ya no resistía el "no" revisar las cosas de su mino.
Yo no entiendo por qué es necesario registrar todos los rincones de la vida de tus parejas. Es verdad que a veces la tentación te lleva a querer “husmear”, pero no lo haces porque a ti tampoco te gustaría que te revisaran tus cosas, ¿o sí?
La inseguridad puede jugarnos muy malas pasadas; de hecho, hay momentos en los que vemos cosas donde no las hay. Sin embargo, aunque conocer las claves de esa persona te lleve a poner fin a una gran mentira, independiente de que no cumplas un rol de “espía”, la gente se delata solita. No es necesario vivir perseguida. De repente una cree que destapando secretos, va a vivir más tranqui al lado del pololo, pero lo cierto es que esa invasión de privacidad en algún momento será motivo de grandes peleas.
¿Y tú, tienes alguna experiencia que agregar?
Foto vía CC Flickr/maarr