La navidad de 1993 le regalaron a mi hermana mayor unos patines de 4 ruedas, no rollers, sino que de esos que parecen autitos. Eran azul eléctrico con detalles rojos y amarillos (hoy serían codiciados por el mundo hipster) y - a pesar de todo el ruido que hacían en la vereda - , hubiese dado cualquier cosa por usarlos una sola vez. Pero era un sueño imposible: mi hermana era en extremo "apretá" cuidadosa y yo tenía la patita muy chica todavía.
Vi como pasaron los meses: los usó unas 5 veces y finalmente desaparecieron.
Navidad de 1997: me dí cuenta que uno de los regalos bajo el árbol de navidad tenía forma inconfundible de zapato gigante: eran unos rollers negros brillantes, hermosos y - como todo regalo navideño con ruedas - salí a probarlo inmediatamente. Bajé a los corredores de Bustamante 130 y di unas 15 vueltas alrededor de mi torre. Sentía la vibración de la baldosa cuadriculada y fui en extremo feliz cuando me deslizaba "a toda velocidad" por las ramplas chicas que habían.
Me imagino que conocen esa pileta que hoy está frente del Café Literario de Bustamante: mucho tiempo estuvo vacía y era ocupada como una pequeña cancha por mí y todos los niños del barrio. Lo mismo pasaba con la Fuente Bicentenario de la Plaza de la Aviación. Esa ya era la gloria, porque era más larga y podías agarrar velocidades supersónicas, aún esquivando los hoyos que tenía. Bueno, así comenzó mi amor por el patín, siempre como aficionada, pero muy motivada.
Un año después se inauguraba frente a mi casa una cancha de patinaje soñada: la del Parque Bustamante. Creo que entre 1998 y 2001 fui todas las tardes después del colegio, fines de semana y cada vez que podía. Ahí aprendí a girar con las patitas como Chaplin y me atreví a bajar en modo turbo por las tres pendientes que tiene. Me sentía master, pero no tanto, porque había un grupo de cabros con patines muy pro que saltaban y se tocaban las patitas en el aire. Yo jamás pude hacer eso.
Así pasé tres años de mi vida adolescente, disfrutando de lo increíble que es subirse a un par de patines y lo rico de ese cansancio de hacer lo que más te gusta. Pasó poco tiempo, los skaters eran mayoría y era peligroso ser mujer patinadora y que te llegara un "tablazo". Tal vez debí seguir, pero era más chica, menos valiente y me ponía roja con facilidad. Sin darme cuenta, había dejado una de las etapas más lindas de mi vida, la de ser feliz girando por esa cacha, hasta que apagaban las luces cuando empezaba a oscurecer.
Gracias CicloRecreoVía, por hacer que agarrara mis patines 15 años después.
Imagen CC [James Lee]