No diremos que soy un alma pacífica o una mujer con nervios de acero. Soy más bien una chica con autocontrol y paciencia. Pero no nací con este valioso don; el mismo hecho de verme afecta a procesos complicados me ha ayudado a mantener el temple y la calma. Sé que las que son madres conocen de esto. Ahora, no podemos negar que hay momentos en que ni la mujer más sabia del mundo puede mantenerse incólume en su rol sin termina por explotar.
Cuando era adolescente y tenía problemas en casa —que no eran pocos—, lo mejor era ponerse audífonos y el “personal” a todo volumen, perdiéndose en la música. Otra opción era salir, portazo tras la espalda y volver en cosa de una hora con la cara llena de risa, dejando atrás aquello que según nosotras “arruinaría nuestra vida”. Cuando era joven y soltera, la mejor idea era juntarse con amigas y tomar algo. Si esas dos cosas no se daban, ir al cerro y gritar un ratito me ayudaba. Pero ahora que soy casada, y ya con treinta años, ninguna de esas alternativas me parece adecuada —excepto la de las amigas—. Si bien las cosas se conversan, existen instantes de rabia acumulada o profundas ganas de gritar aquello que no podemos obviar. Están ahí, en ti y en mí. Todas las hemos sentido.
Nunca será bueno desahogar esos enojos si la discusión es intensa o si los niños o sus amigos están en casa. Encerrase en la baño a llorar y que otro quiera entrar tampoco funciona, mucho menos en la etapa en que viví con mi suegra. Otras veces simplemente estas triste, - en uno de esos típicos días en que la melancolía te ataca por la espalda - y necesitas que no te pregunten: "¿Qué tienes, qué pasa, hice algo mal?" Y en vez de darte espacio te acosan con cuestionamientos que sólo aumentan tu sentir.
Mi secreto es simple y todas lo podemos hacer: necesitas unos guantes, una esponja y algún líquido o crema de limpieza. Sí, yo hago aseo. Es posible que te suene algo machista y anticuado, pero es una de las formas en que puedo canalizar esa energía que se acumula en mí como un volcán a punto de estallar. Trabajo de lunes a viernes y cada noche llego a cocinar, no tengo mucho tiempo para mí, pero esta “terapia” multifuncional me permite tener la casa limpia, me da tiempo para pensar, cantar, bailar en la cocina y pasar con tanta energía la virutilla fina hasta dejarla brillosa. Luego una ducha y ¡santo remedio!
También funciona barrer el patio o la entrada de la casa. Puedes ver gente, saludar a tus vecinos, hacer acto de presencia en tu barrio, tomar aire y hermosear el frontis. Quizás algo bueno pase por tu calle…
Ahora, si puedes, correr te hará muy bien. Arreglar el jardín o cocer esa ropa que te queda grande. Muchas no disponemos de tiempo o recursos para un gimnasio, pero yo te aseguro que después de una semana de virutilla tendrás brazos más firmes y mucho mejor ánimo.
Tú, ¿qué haces para calmar la ira?
Foto CC vía Flickr (D!FF)