Nuevamente tenemos este tema sobre la mesa, pero ahora acompañado de una clara solicitud, aumentar en un 30 % el impuesto a todos los alimentos ricos en azúcar y sal, para desincentivar el consumo. La idea es modificar lo expresado en el proyecto de ley de reforma tributaria, donde sólo se contempla un alza del impuesto a las bebidas azucaradas del 13 al 18 %.
¿Estamos preparados para enfrentar las consecuencias de esta medida? Aunque las realidades de los países son distintas, resulta útil dar un vistazo por lo que ocurre en otros rincones del mundo.
Dinamarca se convirtió en el primer país en aplicar una tasa especial sobre los alimentos que superan el 2,3% de grasas saturadas. Le siguieron Finlandia y Francia, donde existen impuestos a los alimentos con alto contenido en azúcar. En tanto, Hungría decidió gravar los productos con elevada cantidad de glucosa, sal y grasas.
Otro ejemplo, pero más cercano, es el de México que aumentó de 5% a 8% el impuesto a los alimentos que aporten 275 kilocalorías o más por cada 100 gramos.
Hasta acá todo suena bien, pero han surgido efectos negativos. Tras casi un año de la puesta en marcha del gravamen en Dinamarca, el Gobierno decidió eliminarlo en 2012. El impuesto fue criticado debido al aumento de los precios para los consumidores, los elevados costos administrativos de las empresas y el peligro que significaba para los puestos de trabajo. Además, existe la posibilidad de que el impuesto contribuyera a que los daneses cruzaran la frontera para hacer compras por precios más bajos.
¿Es conveniente el impuesto para Chile?
Subir el impuesto es una alternativa posible, pero primero se deben considerar todos los escenarios que podrían causar problemas o dificultar su ejecución. En primer lugar es necesario tener un concepto claro de comida chatarra, uno que genere consenso.
Por otra parte, no se debe olvidar que hay personas cuya situación económica les impide acceder a una alimentación completa o medianamente sana, peor aún si sumamos las largas jornadas laborales y el escaso tiempo libre para preparar su propios alimentos.
Chile ha avanzado en crear una cultura de vida saludable, pero aún faltan políticas públicas efectivas que promuevan la reducción del consumo de alimentos ricos en azúcar, sodio y grasas saturadas. Sin embargo, centrarse exclusivamente en los beneficios para la salud, sin considerar el contexto general, podría traer más perjuicios que resultados positivos.
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