Hay cosas en la vida que sólo entendemos las mujeres, como por ejemplo, los códigos de amistad. Frases tan clichés como "el mino de tu amiga está prohibido" no son antojadizas; a veces, el corazón es un músculo traidor y difícil de dominar. Y la amistad, pese a la poca importancia que - tristemente - se le suele dar (porque es un vínculo que percibimos seguro e incondicional) es un valor más que fundamental: un lazo de alma, más que de sangre.
Tal vez mi error en esta historia fue haberme confiado de la solidez de las relaciones que entonces mantenía, considerando que serían eternas. Resulta que hace un tiempo mi mejor amiga - persona con quien hice click inmediato apenas nos conocimos, en la enseñanza media - me confesó que lo que antes encontraba atractivo en mi novio ahora la estaba confundiendo, al punto de estar sintiendo por él mucho más que sólo cariño.
En ese momento no supe como reaccionar, no me dio rabia, ni pena ni frustración, sino risa, y lamentablemente se lo hice notar. Me burlé en su cara de aquel "mal chiste" y le pedí que por favor parara su tontera, pero no fue así: la expresión de mi amiga seguía siendo de arrepentimiento. Cuando asumí que hablaba en serio, obviamente me fui indignada, confundida por su confesión. ¿¡Qué le había pasado, en que momento empezó a sentir esas cosas!? y lo peor de todo, ¿¡Cómo se atrevía a poner sus ojos en mi territorio!?
Mi conmoción terminó en cuanto llegué a mi depto, tomé mi computadora y procedí a escribirle largo y tendido un mensaje en Facebook, el cual sacó a relucir lo peor de mí. En mi vida pensé que sería capaz de unir en una misma frase tantos garabatos (imaginarán cuáles) y mucho menos dirigidos contra quien consideraba mi alma gemela. Cuando recibí su respuesta caí en el error que había cometido. Escribió que estaba llorando y que no entendía como alguien como yo podía tratarla de esa manera.
Era la pura verdad. Aunque seguí sintiendo pena, ira, decepción, miedo, confusión y celos, ahora se sumó un sentimiento más a la lista: decepción de mi persona. No justifiqué a mi amiga: estaba mal poner la mirada en un hombre ajeno (¡el mío!) pero fue honesta. Y - en esta ya compleja situación - con mi actitud no hice más que aumentar la brecha que desde entonces nos separaría. Había llevado nuestro problema a un punto de no retorno.
La confusión que experimentó mi amiga no era mutua, pero sí incomodó sobremanera a mi pareja, lo cual nos obligó a tomarnos un tiempo. Lo curioso fue que los días en que no estuvimos juntos no sentí pena por su lejanía (tal vez porque el trabajo me mantuvo ocupada o porque mi corazón estaba centrado en extrañar a una persona más importante que él: mi mejor amiga)
Perder a mi pololo no fue tan importante como echar por tierra la relación más importante que había tenido: ¡una amistad de años! La incomodidad que generó su confesión y el muro que levantó mi reacción entre nosotras es algo que hasta hoy, tras 2 meses y medio, nos sigue atormentando. Al parecer, el quiebre con mi pareja resultó peor de lo que pensaba porque, aunque no lo esperaba, también terminé con la mejor amiga que pude haber tenido.
Foto CC vía IamTheo