La semana pasada cumplí 29 años y, lejos de ser un cumpleaños más, la idea predominante fue “te queda poco para los 30”. Claro, me queda un año, pero ¿dónde está lo relevante? Como diría nuestro amigo Tommy: “un año más, qué más da… cuántos se han ido ya…” Mentira, parece que los cambios de folio tienen algo místico en ellos.
Pero los 30 son especiales: porque son como una edad definitoria en muchos aspectos; ya no eres joven, pero tampoco eres vieja. Es una especie de edad justa para tener casi todo resuelto o, al menos, ojeado para resolver. De seguro ya terminaste una carrera y estás trabajando, además de estar con pololo planeando casarte, y si ya te casaste estás pensando en el primer bebé (¿o no se fijaron que sus amigos tienen puras fotos de matrimonios y guaguas en Facebook?).
Ojalá tengas o estés pensando en la casa propia y te hayas comprado un auto. En fin. Como si tener cosas, relaciones interpersonales y títulos fuera indispensable para enfrentar la tercera década de vida. ¿Y eso por qué? ¿Acaso el mundo se acaba a los 31? En algún minuto me pareció que sí.
Es que es increíble cómo socialmente estamos demarcados a tener un futuro estable, tanto que si nos salimos del cuadro pareciéramos estar perdidos. Como si el elemento sorpresa de la vida no fuera bienvenido. ¿Tan terrible es crecer o tenemos una sociedad tan cuadrada que no se sale de los cánones propios del cartuchismo?
Estoy a un año de cumplir 30 y jamás me faltaron tantas cosas por hacer o resolver en la vida. Es medio tragicómico, pero ha sido una completa odisea. A los 27 tenía la vida casi resuelta, pero a los 28 tuve que comenzar de nuevo, paso a pasito, reconstruirme. Y en eso estoy, (re) conociéndome, viendo qué pasa, qué quiero, cómo me veo en algunos años pero, principalmente, estoy viviendo el día a día.
Tengo 29 y no me creo hippie por tanta cosa que definir; simplemente es eso: me siento libre. ¿Quién dijo que a los 30 tengo que tener todo resuelto? ¿Quién dijo que tener todo resuelto es sinónimo de felicidad? Pero ojo, no digo que vivamos como pajaritos y no nos demos cuenta que cada una de nuestras acciones tiene alguna consecuencia. No. Me refiero a que simplemente vivamos lo que nos tocó vivir, y los disfrutemos.
Vivir para ser felices, no vivir para seguir cánones. Cumplir años con el fin de disfrutar el regalo de dar una nueva vuelta al sol, no sentir como enemiga a la velita que se va y al número nuevo que llega a ponerse en la torta.
Tengo 29 y estoy luchando por ser feliz. Aún sin casarme, solterísima, sin hijos, estudiando, viendo lo que cada día me depara, siguiendo mi instinto y sonriendo con cada amanecer. Creyendo que la vida es eso, vibrar con los pequeños detalles que te hacen sentir absolutamente vivo teniendo 30, 65 o 90 años.
(Acá les dejo un tema de Jamie Cullum a todas las que estamos aún en los veintitantos. La letra es lo mejor. ¡A disfrutar!)