Una vez casi me metí en una relación que podría haber resultado un gran tormento. Resulta que en un carrete conocí a un tipo con que el salí durante un mes más o menos… lo pasábamos súper bien, nos reíamos y éramos bien “partners” para nuestras cosas. El problema comenzó cuando se dio cuenta de que la gran mayoría de mis amistades son hombres y que mi personalidad es muy compatible con el género.
Ahí la cosa cambió radicalmente y ese prospecto se volvió como “Gargamel” (así le decía), su ceño fruncido se hizo parte característica de su cara y su forma de hablar comenzó a ser más potente. Algo con lo que - ¡obvio! - no me sentí cómoda.
Él me hizo ver que lo que yo necesito realmente no es un “príncipe azul” - como la mayoría -, si no que un compañero. De esos que son como amigos pero que te cuidan y brindan cosas que otros no (JA). Sin embargo, su abrupto cambio no hizo más que matarme las pasiones y dar el salto a la desaparición.
Siempre quería saber dónde estaba y cuando lo llevaba al grupo a carretear estaba molesto casi todo el tiempo, porque mis amigos eran muy cariñosos conmigo. Yo, por supuesto siempre me mantuve al margen y lo respeté pero hubo un día en el que gratuitamente me llevé un gran show, de esos con luces, griteríos de él y demases.
Le dí un sermón del que todavía creo que se acuerda y me fui. No estaba dispuesta (y creo que nunca estaré disponible para este tipo de hombres.
¿Y ustedes?
Foto vía CC Flickr)