Durante los bellos años de infancia, mi delirio siempre fueron las aventuras del Pato Donald. Recuerdo que podía apreciarlas a través de los cortos animados de “Canal 13” (entonces UCTV), en algunos capítulos de “Pato Aventuras” (más bien centradas en Tío Rico y los sobrinos, aunque mi personaje favorito aparecía esporádicamente) y en el infaltable comic quincenal que editaban “Pincel” y “Abril Cinco”.
Este malhumorado pato era mi favorito en el mundo. En realidad, alucinaba con todo lo que tuviese que ver con él. Bastante acontecido, detestaba a su primo Glad (también conocido como “Pánfilo”) quien poseía la suerte de la que él carecía y se ufanaba de ello. Personalmente, amaba también a su adorable novia Daisy: bonita, femenina, deslumbrante e inteligente. Recuerdo que cuando recién comencé a escribir - y participar en concursos literarios, a mis 8 años - lo hice con ese seudónimo: Daisy. Fue por ella.
Donald, en tanto, me parecía encantador. Tras su humor de los mil rayos escondía un buen corazón y una simpática torpeza en su afán constante de destacar en lo que hiciera. Cosas que me hacían sentir una gran empatía con el personaje. Después de todo, ¿quién no ha tenido al menos un día de mala suerte y ha procurado constantemente resaltar?
Las historietas salieron hace años de los quioscos (lo que es una pena, ya que me hubiese encantado que mi hijo pudiera gozarlas tanto como yo) y la TV parece haber olvidado a los clásicos de Disney, reemplazándolos por dibujos más modernos. Pero Donald, aún cuando no sepamos hoy tanto de él como antes, continúa siendo un inmortal. Tanto en mi corazón como en el de todos (chicos y grandes) que algún día disfrutamos de sus desventuras.
Y, porque aún hoy - que cumple 80 años - no hay quien no lo conozca, me sumo a las voces que con todo cariño le dedican un "¡muy feliz cumpleaños, Donald!".
Imagen CC Tom Simpson