Recuerdo cuando lo conocí, en la primavera más colorida que he vivido. Era alto, delgado y se peinaba como un niño pequeño cuando va a su primer día de escuela. Su acento era extraño, tan extraño como sus ganas de venirse a un país totalmente desconocido para estudiar algo que ni siquiera le gustaba. Sus ojos estaban llenos de misterio y su enorme sonrisa me hacía olvidar todos mis problemas. Con sólo mirarlo un par de minutos, olvidaba todas mis preocupaciones. Pero no todo es tan perfecto ni mucho menos eterno.
Cuando lo miré por primera vez supe que era él por quien había estado esperando todo este tiempo. ¡Y a él le pasó lo mismo!. Fue así como comenzamos una relación sin nombre, pero relación de todas formas. Soy de esas mujeres que se espantan con la formalidad y él lo aceptó.
Los primeros meses fueron hermosos, llenos de pequeños detalles que me hacían cuestionarme mis antiguos amores. Podía sentarme junto a él durante horas mientras buscaba pretextos para hacerme reír, ya que - según él - iluminaba todo con mi sonrisa. Pero un día debió volver a su ciudad y yo no pude abandonar todo para seguirlo, así es que se fue con la promesa de que volvería por mí y ese bello sentimiento que creció entre ambos.
Al principio intentamos hablar tanto como nos permitían nuestros horarios, pero de a poco esas conversaciones fueron disminuyendo. No sabíamos nada el uno del otro. Aún así seguí amándolo, buscándolo entre mis recuerdos, cerrando mis ojos para recordar su perfume o alguna de sus bromas.
Esperé y le puse así una pausa a mi vida. Era un robot que hacía todo por inercia; no sentía nada, pero no porque no pudiera, sino porque no quería hacerlo. Me negaba a sentirme amada por alguien que no fuese él. Y pasaron meses en los que no escribió. Sin embargo ahí estaba yo, pendiente de mi correo y enviándole un mail de vez en cuando para contarle de los avances que tenía en la universidad. También aprovechaba de reafirmar mi promesa. Lo estaba esperando. Seguiría esperando por él a pesar de todo.
Pausé mi vida por dos años hasta que por fin me di cuenta que su silencio no era más que una señal del término, lo inevitable. No podía continuar alimentando esta fantasía, porque no estaba haciendo más que desgarrar mi corazón. Viví a medias por algo que ya estaba muerto, aunque yo no quisiera verlo ni darme por vencida. Pero lo hice y fue lo más difícil que recuerdo en este instante.
Le escribí un último mensaje a su Facebook, en donde le conté que para mí había pasado suficiente tiempo, que siempre lo recordaría como mi primer y más ingenuo romance. "Esperé más que suficiente y es hora de dejarte para seguir… Aunque creo que tú ya lo has hecho".
Retomé mi vida y no fue para nada fácil. Paso a paso fui retomando una vida que había dejado estancada por el hombre que creí lo merecía todo. Hubo noches enteras en las que lloré, arrepintiéndome de haberlo conocido, de haberlo besado... y también de haberle dicho que ya no lo esperaría, pero era lo correcto.
Ya había comenzado a recuperarme cuando él regresó. Como si nada, golpeó la puerta de mi departamento inundando cada rincón con su inconfundible perfume. Pero ya no éramos los mismos. Había vuelto a mí, aunque demasiado tarde. Es gracioso, porque pensé que sería mucho más difícil afrontar ese momento de tenerle en frente una vez más, pero fue fácil. Lo costoso fue tomar la decisión de dejarlo ir cuando aún lo amaba y lo quería presente en mi vida.
Tenía ganas de comenzar a cantar Jar of Hearts para que se diera cuenta de cómo me sentía en ese instante. Pero me contuve. Me comentó que pretendía quedarse, mientras que yo le conté sobre mis estudios. Dejó mi departamento con la promesa de que volvería por más conversación y galletas, pero así como la primera, ésta también la rompió. No volvió.
Tomar la decisión de ya no esperarlo fue difícil. Ser fuerte y no caer en sus brazos lo fue mucho más, pero era lo correcto. No me arrepiento de nada.
A veces tratamos de olvidar todo aquello que nos daña o nos causa tristeza, pero con el tiempo descubres que no puedes. Debes aceptarlo como parte de tu vida, conservando lo bueno para deleitar tu alma, pero sin dejar pasar lo malo, para aprender esa lección que tanto trabajo costó asimilar. Y es que nadie espera para siempre...
Imagen CC Andrew Bartram