Estoy a meses de cumplir 30 y como que se me vinieron los años encima. No puedo creer que ya esté en esta etapa, ¡si hace nada estaba saliendo del colegio! Pero no, ya van casi 12 años desde que salí de cuarto, y la vida avanza vertiginosamente. Así, sin más.
Miro a mis amigos y veo que ya se están casando, algunos tienen hijos (sí, en plural, más de uno), terminaron sus carreras, están trabajando, se compraron un auto o ya tienen su propia casa, en fin. Como que la vida tiene un ciclo súper lógico y tenemos que ir en esa dirección, tarde o temprano. Pero lo cierto es que me he dado cuenta de que ese ciclo no tiene que ver con lo que estudiamos o lo que compramos, porque de un día a otro todo puede cambiar.
Hace algunos años estaba segura de que a los 29 estaría casada, quizás pensando en un primer hijo, luchando por la casa propia y pagando el crédito universitario, para luego pensar en el postgrado que debiera estudiar. A los 24 años me titulé y comencé a trabajar en mi profesión de inmediato. Una linda pega que me permitió volar de la casa familiar y tener mi hogar, mis cosas, un autito y disfrutar del amor.
Pero se me ocurrió viajar, siguiendo esa idea de vivir nuevas aventuras en pareja: comenzar mi vida aprovechando la juventud y acá estoy: soltera, en un país distinto, sin trabajo estable, viviendo en casa de una compañera y a punto de cumplir 29. Se me dio vuelta la vida. Cambiaron los planes así no más.
A pesar de que no es algo que busqué, lo estoy experimentando con gusto, porque ¡pucha que se aprende cuando se valoran las épocas difíciles!. Un día, conversando con un amigo de 34 años y una historia similar, me di cuenta de que nos crían demasiado estructurados. Él también tenía “la vida resuelta”: hablamos de una pareja estable (12 años de relación), casa, trabajo, sueños y proyectos en común. Pero el elástico no aguantó más y fue minuto de caminar por rumbos distintos. Luego de las primeras palmadas en la espalda dándote ánimo (porque supuestamente todo va a estar bien), vienen esas voces que te hacen pensar que ya jodiste, que estás viejo para volver a empezar.
Es impresionante ver cómo la gente cree que porque uno no está en la misma etapa que los otros (o con los otros), está mal o va atrasado. Como si ahora que te separaste después de una relación tan larga, ya se te pasó el tren. O que por no estar trabajando en lo que estudiaste, ya no podrás remontar profesionalmente. Que si tienes más de 30 y no adquiriste todo lo que la sociedad te impone (incluso un hijo), ya es tarde o estás mal. Como si uno no pudiera crecer solo. Demasiada libertad, pero muy poca independencia.
¿Acaso las etapas de la vida están marcadas por tu estatus amoroso o la casa propia? No. Madurar y crecer va por otro lado. Y es que existen ciclos que debemos vivir y resolver para que emocionalmente podamos ir enfrentando el camino: infancia, adolescencia, adultez (joven, media y mayor), cada una con su respectiva meta de desarrollo, como señala la psicóloga Carolina López.
Y quizás ahí, como sociedad, cometemos el error de mezclar esas metas con cosas materiales o relaciones humanas, cuando en realidad tienen que ver con procesos absolutamente personales. Para la psicóloga, lo más importante “es vivir todas las etapas a plenitud, especialmente la infancia y adolescencia, ya que son esenciales en la formación de la persona. Cuando esto no ocurre, por lo general, se crean adultos inmaduros y con trancas”. Y a pesar de que esta situación “no es ley”, es lo que ocurre con mayor frecuencia.
Pero ojo, uno no puede escudarse en lo que no vivió cuando chico para explicar un comportamiento inmaduro. De hecho, cuando vemos casos de treintañeros teenagers eternos, para Carolina López tiene más que ver con un “adulto regresivo, que se niega a aceptar su condición de tal y no entiende que la adolescencia ya pasó”. También hay en estos casos “un poco de egoísmo”, porque la vida no se trata de ver sólo lo que uno quiere, sin pensar en las consecuencias de esos actos de inmadurez.
Igual, no nos hagamos las locas. Es súper típico que - por ejemplo -, después de terminar una relación súper larga te den ganas de carretear por todo lo que no lo hiciste y - ahora que estás soltera - agarrarte a cuanto mijito rico esté disponible. Eso es normal. El problema viene cuando nos quedamos pegadas en eso, aludiendo a “lo que no pudimos vivir antes”. “Es que estoy haciendo todo lo que no hice en mis 10 años de relación”. Está todo bien socia, pero hay que avanzar.
Entonces, ir quemando etapas tiene que ver con asumir roles en la vida, lo que te tocó vivir y luchar hasta el final para disfrutar de tiempos mejores. Juro que con mi amigo jamás planeamos llegar a los 30 y tener una libertad que a veces te asusta. Sin pareja, sin casa propia, estudiando algo nuevo, con responsabilidades académicas (otra vez) y muchos sueños por cumplir. ¡Muchos!.
¿Y quién puede decirnos si estamos muy viejos para seguir soñando? Nadie. A pesar de que el peso que te imponen la sociedad y la familia es grande, los únicos que podemos poner límites realmente somos nosotros. ¿Acaso ya estamos viejos para volver a amar o disfrutar un poco? ¿Después de los 30 ya eres senil para pensar en una familia o la casa propia? No, es más entretenido, porque tienes una madurez diferente para enfrentar esta nueva etapa: las cosas se sienten de manera distinta y si, se aprovechan bien, tienen hasta un sabor diferente. Ya no somos adolescentes, pero tampoco se nos va a ir la vida si queremos aprovecharla a concho.
Vivir, disfrutar cada etapa, con la gente precisa, con la energía que generamos aquí y ahora, sin añorar el pasado ni anhelar el futuro. Vivir el presente, lo que nos tocó y ser felices porque todo es como tiene que ser. Simplemente, no hay que dejar de luchar.
Imagen CC Alina Niemann