Hace un par de años llegó el recambio generacional a mi familia y de un momento a otro ¡nos llenamos de niños!
Al principio - cuando los bebés son pequeñitos - no me fascinan precisamente, ya que sus cuidados no los manejo a cabalidad y que digamos “no hacen mucho” más que comer, dormir y emitir ruidos. Sin embargo, cuando comienzan a crecer, caminar y hablar me encanta estar en contacto con ellos, especialmente si se trata de jugar. Es que en un segundo son capaces de dar vuelta tu mundo, sacándote de la pereza y aburrimiento cotidianos con sus risas contagiosas, sonrisas amigables, ideas locas y abrazos de puro amor.
Interactuar con ellos es como sacarse años de encima, volviendo a ser pequeña y regresando a sorprenderse con las simplezas de la vida: transformando cajas en casas, dibujando pistas de auto con tiza, coloreando libros, paseando por el bosque recogiendo piedritas, bailando sin sentido o simplemente conversando con ellos y entrando en su divertido mundo.
Lo mejor de todo es que uno se hace parte de esos momentos que ellos recordarán y les ayudará a ser más creativos, sociables y amigables con su entorno, por lo que cada vez que juego con alguno de mis sobrinos aprovecho de conectarlos con la tierra, los animales y las cosas sencillas de la vida.
Estos instantes son maravillosos y sé que tanto ellos como yo en unos años más los recordaremos como esas deliciosas instancias que hacen de la vida algo bello.
Imagen CC Iraya Enotrapiel