Desde que estoy en Argentina, me hice adicta a los alfajores. Y ¿cómo no? ¡si están por todos lados!: en las vitrinas de los cafés, las pastelerías, en los supermercados, en el negocio de la esquina.. No hay escapatoria. Es como si esa rica galleta rellena con dulce de leche y bañada en chocolate te mirara fijo y dijera: "cómeme". Y bueno, no queda otra más que obedecer.
Y luego que te has mandado, no uno, sino que dos, tres y hasta cuatro alfajores, te viene esa cosa llamada culpa y dices: "¡nooo, yo no quería!". Pero, ¿a quién quieres engañar?. En el fondo sabes que sí, que te los querías comer todos y que lo volverías hacer ¡gorda lechona!.
Lo peor es que, antes del viajecito, estaba toda una chica deportista: harto trote y comida sana. Llego acá y el acondicionamiento físico se va con ya no cuatro alfajores, sino que ¡cinco! (lo sé ¡soy un monstruo!). Y debo de tener un novio que me quiere mucho, porque cuando le pregunto si estoy gorda, me dice "no mi chanchita linda". Aunque, a veces pienso que me trata de decir algo...
En fin, sólo les diré que no sean glotonas como yo, pero si visitan Argentina, no se pierdan sus ricos alfajores, ya que son una deliciosa experiencia para conocer un poco más de la buena pastelería de nuestro vecino trasandino.
¿Y tú? ¿Tienes alguna dulce obsesión?
Imagen CC Silvio Tanaka