Hace un par de años, mientras cursaba quinto básico, mi hijo pasó un semestre en un colegio mixto donde el género predominante eran las niñas. Se trataba de un establecimiento que por años fue femenino y de a poco comenzó a incluir varones. Lo malo es que eran muy pocos y pude contar un máximo de cinco en un curso de 40.
Lo que me llamó la atención de esa experiencia fue lo cambiadas que están las niñas respecto de nosotras a la misma edad. Mi hijo fue recibido por sonrisas coquetas y comentarios muy dignos de teleseries aztecas, lo cual en primer análisis me causó gracia y ternura. Recuerdo a una chiquita en particular que confesó amarlo y le envió bellas cartas expresando su sentir. Cuando él - siguiendo mi consejo - le dijo que prefería cultivar una amistad (debido a sus cortos años) ella le contestó: “Bueno, pero con ventaja”.
Fue la primera de muchas declaraciones que lo convirtieron en todo un galán. Cierta vez, una niñita puso en su foto de perfil una imagen photoshopeada de ambos al interior de un bonito corazón. Él, como respuesta, le envió una notificación de Facebook de que la imagen no le agradaba y que por favor la quitara, lo que causó en ella una honda frustración. Al poco tiempo, su red social estaba atiborrada de mensajes - tanto de la chica como de sus amigas - preguntando en distintos tonos por qué no se sentía atraído por “una mujer como ella”.
No pasó de ser una anécdota que ambos - ya transcurridos los años - recordamos divertidos. Mirando hacia atrás, reconozco que en mi generación muchas recurrimos a poemas y cartas de amor para manifestar nuestra admiración respecto a algún “inalcanzable”. Claro que lo hicimos más entradas en años y sin tanta tecnología a nuestro favor. Ahora, como que la adolescencia se adelantó. Y (además de la TV con sus "modelos femeninos") nosotras mismas - como madres - apoyamos dicho cambio.
En ese mismo colegio fui testigo en una ocasión, de cómo una madre llamó a su pequeña hija con insistencia. La niña - de unos 6 años - sólo estaba interesada en alcanzar a sus amigas para jugar y volvió junto a su progenitora un poco a regañadientes. Una vez ahí, la mujer extrajo de su cartera un pack de sombras y brillo labial, comenzando a aplicarlo a la chiquita. “Olvidaste maquillarte”, le dijo. Me pareció un poquito excesivo. Creo que es bonita etapa la de la adolescencia, pero la niñez también es un periodo lindo.
No es una tendencia generalizada (en el liceo en que mi hijo está ahora, las niñas - ya más grandes - actúan conforme a sus años), pero creo que deberíamos ir viviendo paso a paso las etapas. Al menos, en lo personal, creo haber disfrutado tanto el periodo en que mi mayor preocupación eran las aventuras de mis Barbies, la historieta Disney de la quincena y tomar leche con plátano, como aquella en que cambié los comics por la Miss 17, escribí poemas de amor (¡increíble la adrenalina al enviarlos!) y descubrí el maquillaje. Todo a su tiempo.
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