por Bárbara Roco Palacios
En plena revolución de las comunicaciones- en la que hemos aprendido a emplear nuevas técnicas y plataformas para relacionarnos - , resulta inaudito no asumir alguna postura frente a la contingencia. Que no nos genere ni una sola reflexión o emoción lo que está pasando en África, Gaza, o en nuestro propio país, es alarmante. Pero aquella posición inerte de no pronunciarse ante lo que sucede no es sólo por los acontecimientos internacionales o de políticas públicas, sino que también lo es frente a temas que son –o debieran resultar- cercanos. La comunicación real se ha extraviado, y ha traído consigo una mera rutina con muy poco sentido.
Y qué sucede con aquellas personas que no tienen nada que decir, que no saben qué preguntar, y que actúan indiferentes ante situaciones importantes. Más de alguna se habrá encontrado con este tipo de individuo, que ni siquiera hace el esfuerzo por generar una conversación más interesante, incapaz de huir de esos lugares comunes que incluso llegan a ser desesperantes. De hecho, nosotros mismas actuamos entre dudosos e indiferentes ante ciertas noticias, procesos creativos e historias de cercanos, minimizando nuestras capacidades cognitivas y afectivas.
¿Será que nuestra razón se encuentra adormecida y somnolienta? ¿Que, tal como lo dice José Saramago, al momento de crear, de imaginar se descarrila e inventa efectivamente monstruos? Pues habiendo tantos temas de conversación interesantes, no saber qué decir debería ubicarse en el Top Ten del ránking de preocupaciones personales del siglo XXI.
Imagen CC marsmet545
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