De lunes a viernes el trabajo y la universidad me agotan. Hay que estudiar, leer, escribir, reportear y miles de cosas. Lo único que espero es el bendito fin de semana para librarme del mal y hacer sólo una cosa: dormir.
Pero claramente esto no ocurre, porque llegados los días de "descanso" que tanto espera todo ser humano, me encuentro con que todo a mi alrededor es un desastre. Entonces, debo postergar mis anhelos de no hacer nada para dedicarme al orden.
Empiezo por cambiar las sábanas, llevar la ropa sucia a la lavadora, lavar, mover los muebles, aspirar y ordenar el escritorio, siempre lleno de papeles que dejé apurada durante la semana. Luego viene aspirar otra vez, gracias al polvo que salió del escritorio; clasifico los papeles, separando los que no sirven de los que sí. Ordeno la ropa del clóset - que quedó totalmente indescifrable gracias a la rapidez con la que salgo durante la semana -, sin contar las prendas que se pierden bajo mi cama-escritorio-silla-espacios pequeños (porque al llegar a casa me desvisto rápidamente sólo para zambullirme dentro mi cama y no salir de este plácido lugar hasta el día siguiente a las 6AM).
Tras ordenar la pieza, muevo muebles, aspiro nuevamente, limpio el baño, llevo todo a la lavadora, inicio el ciclo y sigo limpiando el espejo del baño, porque ¡me exaspera que quede con gotitas!
Hay veces en las que se me pide que haga el almuerzo y ahí ¡menos tiempo me queda para el relajo! Tengo que pensar en qué cocinar (algo rico, como premio al esfuerzo de la semana laboral) y ponerme manos a la obra. Luego, reviso como va el lavado y le pongo suavizante. Después ayudo a mi hija con sus tareas, reviso las mías y uno que otro texto universitario eterno, que algún profesor descriteriado y sin vida nos dejó como avance o tarea. Además debo bañar-vestir-peinar a mi niña y volver a ocuparme de la comida, que cuando está lista hay que servirla, ver las ensaladas y posteriormente lavar la loza que quedó sucia.
De vuelta a las tareas de casa, entro al campo minado que es la pieza de mi hija- es casi siempre un regadío de legos que suponen una verdadera tortura china al pisarlos descalza- para tratar de indicarle cómo debe ordenarla... aunque casi siempre termino haciéndolo yo.
Aquí ya se me ha ido casi todo el sábado y concluyo el día horneando algo rico para premiar a mi sacrificado estómago. Terminada mi labor de pastelera, tomamos once y vuelvo a mi preciada cama.
Llegado el domingo, empiezo por ordenar mi cama, ver alguna cosa que me haya quedado pendiente en el orden, recoger la ropa ya seca, lavar la de mi hija, seguir con mis textos universitarios y colapsar al darme cuenta de que ya no hay tiempo para dormir. Trato de salir de la rutina, pero al final todo me lleva a dormir como caracol en tiempos de hibernación. Cuando despierto, ya es lunes y estoy más cansada que cuando llega el viernes.
Me encantaría ser un oso y poder hibernar por siempre.
Y ustedes, ¿tienen el placer de descansar todo el fin de semana?
Imagen CC: Seattle Municipal Archives