Me encanta ir a depilarme. Y no porque sea una masoquista de primera, fascinada por arrancarme los pelos de la raíz, para nada. Sino porque al ir, tengo la posibilidad de conversar con mi depiladora. Es realmente un agrado verla. Desde la primera vez que fui - hace varios años ya - que me sentí realmente en confianza y de ahí que logramos una genial conexión, basada en la premisa de no enjuiciarnos mutuamente.
Esta cercana relación ha hecho que podamos hablar de todo: secretos, tipo de música que escuchamos, tips de belleza, problemas familiares, de los novios, amigas y lo que se nos ocurra o esté en la contingencia. Y además, me ayuda a relajarme en la difícil tarea de retirarme esos odiosos pelos. Sí, porque me hace distraerme y no concentrarme en el maldito tirón. ¡Si hasta me siento medio "paciente" de ella, mientras estoy en la camilla esperando que la cera se caliente!.
Yo creo que varias mujeres se sentirán identificadas cuando diga que es como "mi psicóloga personal". Porque me escucha y me habla con claridad las cosas. Muchas veces, cuando una le cuenta sus problemas a un cercano, no se involucran para no hacerte daño o simplemente no dicen lo que piensan para no meterse en "las patas de los caballos". En cambio ella me da su opinión desde la sinceridad máxima y seguimos igual de amigas que siempre.
Foto CC: Estitxu Carton