Recuerdo que nos conocimos el mismo día en que cumplí 19 años. Las jugarretas del destino lo pusieron en mi camino como regalo de cumpley por primera vez, comprendí que siempre las cosas pasan por algo.
Nos vimos, nos reconocimos y rápidamente nos pusimos a pololear. No pasaron ni 3 meses y ya estaba sumergida en la relación, con toda la ilusión del primer amor. Ese que siempre piensas que durará toda la vida y finalmente, termina siendo la primera gran desilusión y pena.
¡Insisto, la vida es muy sabia! Pues durante los 3 años posteriores a nuestra ruptura, jamás lo volví a ver. Hasta que un día de verano caminaba por Manuel Montt junto a un amigo; íbamos felices charlando de la vida y cuando pasábamos por fuera de un pub, aparece Diego (mi ex pololo) repentinamente.
Nos miramos con un silencio incómodo por un rato. Sólo atiné a decirle "hola", con una nerviosa sonrisa. “Hola” me respondió, mientras no sabía si seguir caminando o quedarse a conversar un rato conmigo. "¿Almorzaste?" Le pregunté y moviendo la cabeza, me dijo que no. "Nosotros vamos a comer, ¿quieres venir?" Poco convencido se puso en marcha a nuestro lado.
Pasamos toda la tarde de ese día conversando sobre nuestras vidas, actualizándonos de los años en que no supimos uno del otro. Me sorprendió darme cuenta que aún manteníamos el mismo humor y complicidad al hablarnos. Hay cosas que nunca se van, pese a que ya no exista el amor. Desde esa vez, logramos cultivar una relación de camaradería y Diego se convirtió en uno de mis mejores amigos.
En resumen, duramos casi dos años juntos y un año y medio me tomó olvidarlo. Costó, porque las mujeres siempre idealizamos, soñamos y nos entregamos de corazón. Pero como bien dicen las canciones: “nadie se muere de amor” y pronto “debes buscarte uno nuevo”.
Imagen CC Pollobarba