Tenía 17 años cuando mi amiga se cansó de mí. Y es que me sentí fuertemente atraída por un chico algo mayor, quien no me “pescaba” ni en bajada. ¡Es más, apenas sabía que existía! Tal situación, para mí se convirtió en una catástrofe. ¡No entendía por qué no me daba opción de entrar en su vida! y bueno, ella se llevó la peor parte de mi delirio… ¡Le hablaba de él a cada segundo!
Para mí, no existía más tema de conversación que la desdicha de que él no correspondiera mi interés. Tanta lata le di, que la terminé aburriendo. Curiosamente, cuando perdí su amistad, el tipo en cuestión pasó al olvido. En mi corazón no quedó lugar para fantasías románticas; sólo tenía cabida la decepción que me provocó mi partner al no entender mi “desgracia” y el dolor que me causó que dejara de ser mi amiga.
Aunque no pasó de una niñería, cada año desde entonces he comprendido más a mi otrora yunta. Porque, ¡es terrible cuando una amiga a la que quieres se “obsesiona” con un tema sin querer salir de ahí, ni poner de su parte para superar lo adverso!. Resulta incómodo darte cuenta de que “esa persona” no desea tu ayuda, ni tus consejos, sino que la “cargues” y te banques la negatividad con que ve la vida. Y lo hace de modo inconsciente, porque al no “colaborar” con tus esfuerzos por sacarla adelante, se transforma en un “bulto” que espera que mágicamente lo remolques desde el abismo.
Estoy consciente de que mi platónica ilusión infantil no tiene parangón en la vida adulta: los problemas que debemos afrontar son “en serio” y mucho más profundos que una estúpida atracción adolescente. Hay separaciones dolorosas, pérdidas desgarradoras, debacles económicas y un largo etcétera. Situaciones en que se requiere de mucho apoyo y contención del entorno cercano. Pero si no está la voluntad de superarse o “ayudarles a auxiliarnos”, ¡es poco lo que ellos pueden hacer por nosotras! Porque no existe una fórmula inefable con que puedan devolvernos la felicidad perdida. La decisión es nuestra, y recién cuando la tomamos es que terceros pueden colaborar en dicha cruzada. De lo contrario, traspasarles la responsabilidad del bienestar perdido (y que nos negamos a recuperar) es una injusticia del porte del Titanic.
Hay que tener cuidado con la “zona de confort” que representa el ser compadecida. Ya adulta, también caí en ello cuando pasé por un largo periodo de cesantía. Era más fácil maldecir la mala suerte y las crueldades del mercado “desahogándome” con amigos (quienes nada podían hacer para resolverlo) que ocuparme de la búsqueda de soluciones. Éstas sólo llegaron cuando me levanté, olvidé “las quejas” y me concentré en ir por la vida que anhelaba. Entonces, reafirmé que la decisión de salir adelante pasa exclusivamente por una. Ni los amigos, familia o pareja pueden - por más que quieran - hacer algo para sacarnos del “hoyo” si nos sentimos “cómodas” en él. True Story.
Sé que el camino hacia nuestras metas nunca es miel sobre hojuelas, pero yo decidí recorrerlo, luchando y sin rendirme. Quienes forman parte de mi vida son mis compañeros de ruta; me pueden brindar “combustible” si en un momento se me agota, pero jamás pretendería que fueran los bueyes que tiren de mi carreta. El futuro que me construya sólo dependerá de mí misma y las opciones que tome para que sea el mejor. Ojalá que mi entorno cercano comparta la visión, para que entre todos "nos impulsemos" en el camino.
Y tú, ¿tomaste la decisión de superar los conflictos para ser feliz?
Imagen CC Salvatore Iovene