Justo cuando cumplí los 30 años, me di cuenta que a pesar de no ser vieja, ya no era tan joven. Esto, gracias a un tipo que conocí por casualidad y que - fuera de todo pronóstico -, vino a revolucionar mi vida.
Lo conocí en una disco. Entre el humo y la música comenzamos a bailar. Cuando ya me iba, me tomó por sorpresa y me besó afirmándome con fuerza. Me pidió el teléfono y me anotó el suyo. Ahí supe que se llamaba Rafael.
Comenzamos a vernos y justo cuando todo iba bien, me contó que se iba a estudiar teatro fuera de Santiago. Estaba feliz por él, pero un poco triste porque pensé que ahí se acababa todo y, ahora con el tiempo, creo que hubiera sido mejor.
Me pidió que lo acompañara. Se iba a ir a vivir a una pensión para estudiantes. En un arranque de locura, acepté. Me sentía joven, igual que él. Para mí, sus 5 años menos no tenían ninguna importancia, sobre todo porque él tenía una vida más independiente que la mía y claramente, lo veía como a un adulto.
Apenas entró a la Universidad, empecé a notar los cambios. Los carretes se hicieron frecuentes y en la pensión la cosa iba igual. Cuando trataba (infructuosamente) de dormir, mis compañeros de casa estaban de lo mejor conversando, escuchando música, etc ¡como si fuera pleno día! Pero yo tenía que ir a trabajar y andaba cayéndome de sueño. Empecé a ser la mina jodida que salía a pedir que se callaran o hablaran más despacio.
Rafael cambió de estrategia y me llevó a una fiesta para que conociera a sus compañeros. ¡Ahí sí que me sentí vieja!. Eran puros niñitos de entre 19 y 23 años. Ya mi pololo era viejo para ellos, ¡ni imaginar lo que venía a ser yo!.
LLegamos al "carrete" y habían unos colchones en el suelo para sentarse. A estas alturas, me di cuenta de que ya estaba muy 'fuera de training'. Porque quizás a su edad no me hubiera parecido 'chocante', pero la verdad, es que sufrí al no hallar cómo acomodarme. Cuando al fin logré encontrar una posición que no afectara mis rodillas, empezaron a pasarse un pito gigantesco de uno en uno. Los que no aceptaban, ya estaban borrachos a morir. Quedé como la única en uso de sus sentidos. Pasé toda la noche aburrida, con sueño y la música que estaban escuchando ni siquiera la conocía.
Otro día nos juntamos en una plaza a conversar. Ahí fue peor. No faltó la que me preguntó la edad y abrió los ojos tamaño king size cuando se la dije. Tampoco faltó el que me trató de usted (nada raro, pensando que él chico tenía 18 años y para él, alguien de 30 era una especie de dinosaurio). No pude hilar conversación porque, además de ser la única que no pertenecía a la U, ni siquiera conocía los grupos que les gustaban, las series o los lugares... ¡parecía que hubiera vivido en otro planeta!.
De a poco pude ver cómo empezaron a cambiar parejas, que los carretes ya eran diarios y que vivían a años luz de mi mundo. El trabajo, ordenar la casa y salir a conversar con amigas en un café eran actividades absolutamente incomprensibles para ellos.
Cuando me sentí como si hubiera andado disfrazada, fue un día en que tuve que ir a buscarlo a la U, justo después de la pega. No me alcancé a cambiar: iba con mis pantalones de tela, una blusa y zapatos formales, ¡nada raro para mí! Pero mientras caminaba, me miraban y hacían bromas. Me puse colorada de pies a cabeza y más encima digo la frase para el bronce: "Qué molestosos estos lolos". Ahí descubrí que la palabra "lolos" ya pertenecía al castellano antiguo. Las risas se convirtieron en carcajadas.
Definitivamente estaba fuera de lugar, en una generación que nada tenía que ver conmigo y lo peor era que Rafael se convirtió en uno de ellos. Ya no quedaba nada de ese hombre misterioso, seguro y adulto. Ahora era un "cabro" más (aprendí que así se decía lolo ahora). Esta desconexión entre nosotros terminó con él siendo infiel y conmigo ¡con la autoestima por el suelo!.
Cuando volví a Santiago a retomar mi vida, con la cola entre las piernas, un amigo me recordó una frase muy antigua que encerraba la conclusión de esta experiencia: "El que duerme con niños, amanece mojado". Y yo, ¡estaba empapada hasta el cuello!. Tal vez la diferencia de edad no tiene importancia en otras etapas. Pero - al menos para mí -, quedó claro que una no puede enamorarse de Peter Pan.
Y tú, ¿has tenido alguna experiencia similar?
Imagen CC Ringo Valenzuela