Cuando la rutina no toca a nuestra puerta, las micros- o Transantiago- no nos dejan empapadas con sus sutiles carreras y el paraguas no se da vuelta, es cuando apreciamos el verdadero placer de una lluvia. De lo contrario, es molesto, ya que demoramos más de lo pronosticado en volver a casa, estresadas y cansadas, porque a la madre naturaleza se le ocurrió llorar.
Cuando niñas cantábamos “Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva”, chapoteábamos en las charcos y sin que mamá nos viera, nos quitábamos el paraguas para sentir el agua en el rostro. Bueno, vengo a contarles que aún podemos ser niñas. Sé que el estrés se apodera de nuestros sueños y días, haciendo casi imposible disfrutar este magnífico fenómeno natural sin estar enrabiadas.
Pero ¿y si nos damos el momento de disfrutar? Lo que ocurre es prácticamente mágico. Es celestial. La naturaleza se encarga, cada cierto tiempo, de nutrir a las plantas más desposeídas y limpiar las penas de tantos agricultores. Cuando estoy en casa y llueve, me quedo en pijama, sintonizo mi serie o radio preferida, me preparo un rico café, me asomo a la ventana y escucho. ¿Qué mejor?
No hay momento más sublime para pensar, sacar conclusiones y hasta solucionar problemas. Es perfecto para acurrucarse y regalonear, en caso de estar acompañada. Tómenlo como un momento de relajo, aún cuando hayan tenido un día pésimo. Todo se soluciona cuando llegamos de nuestro trabajo o estudios y nos deprendemos de la ropa mojada, para arroparnos entre las más gruesas y calientitas prendas.
Les recomiendo, si van a salir a pasear con este clima, se abriguen y se aventuren, dejen caer gotas en su rostro y cerrando los ojos, aprecien lo genial de la lluvia. Si les toca estar en casa, como algunas afortunadas, quédense en pijama, sin presiones y escuchen su maravilloso sonido.
¿Hagamos un pijama party durante un día de lluvia?