Me ha tocado poco jote en esta vida. Algunos dicen que es porque no me doy cuenta, yo digo que es porque sufro de una falta de diplomacia increíble y generalmente mi no suele entenderse como no. Cosa que no ocurre en algunos casos emblemáticos sufridos por mis amigos, de los cuales rescato el que contaré a continuación.
Se trata de Jorgito, amigo del amigo de un amigo que terminó convirtiéndose en mi amigo, quien solía obsesionarse cada dos o tres semanas con una chica distinta. La cosa funcionaba más o menos así: la conocía, le gustaba, a los cinco minutos conseguía su número de teléfono y el resto de la semana se deshacía en llamadas, mensajes, whatsapp, señales de humo y una que otra paloma mensajera.
Lo que en primera instancia resultaba perfecto terminaba derrumbado a los siete días. Le cortaban los llamados, no respondían mensajes y aparecía ese famoso ticket azul del Whatsapp incluso antes que lo inventaran. ¡Todo mal! Y era mucho peor porque al parecer Jorgito no se daba cuenta y seguía igual o más cargante.
Era ahí donde comenzaba lo lamentable. Si le cortaban él seguía llamando. Si ella no aceptaba una invitación, él aparecía en la puerta de su casa a esperar que llegara para ver una película o hacer algo tranqui. Si ella le decía estar enferma, él llegaba con una caja de Panadol y una sopa de pollo. Increíble. Nadie sacaba algo con decirle que parara, la perseverancia era lo suyo… Al punto de hacer el ridículo total.
Y es que, todos aquellos que han sido joteados – porque de que hay minas jotes, las hay – saben lo difícil que es hacer entender algo a quien no quiere hacerlo. En mi opinión, creo que muchos de esos casos carecen de claridad: no es lo mismo decir algo a la cara que insinuarlo y esperar a que entienda lo que quisimos decirle. Mucho más efectivo es el “¿Sabes? Me caes súper bien, pero realmente no me gustas para algo más” que el “emm..es que no sé, si me tinca salir este finde, pero mejor te aviso”. Sí, es algo que realmente hace perder la paciencia y las ganas de explicar amablemente nuestro desinterés pero ¿Qué nos cuesta? Yo creo que nada. Probablemente este jote entienda y deje de volar alrededor de esta presa.
Con respecto a mi amigo, ¿cuándo entendió? Un día en que “el amor de su vida” le dijo que se iría de vacaciones a Valdivia. Acto seguido compró un pasaje de bus para sorprenderla, pero finalmente el sorprendido fue él: ella le había mentido y se había ido a La Serena. Mi pobre amigo no encontró a nadie en el sur y volvió con una tremenda lección aprendida. Cruel pero efectiva.
Imagen CC: Hryck