Siempre me he caracterizado por tener un “corazón de abuelita”, al menos en la opinión de mi amiga de toda la vida.
-"Es que tú tienes que aprender a cortar con ciertas personas" – Me dice hasta hoy – "Si es vaca chao, no sirve".
Nunca le hice caso hasta esa vez.
Recuerdo que él me gustaba en serio. Estuve dando la lata por casi un año entre que iba y venía. Podríamos catalogarlo como el amor de mi juventud – porque “de mi vida” sería ponerle mucho -. El caso es que de un momento a otro me fui dando cuenta de que yo no era la única cercana a él entre mis amigas.
Estaba ella, hablando como si lo conociera, como si fueran íntimos. No me extrañó; siempre fue medio rara en ese sentido, de esas personas yo-yo que suelen tener opinión hasta de las cosas que no saben. El caso es que mientras pasaba el tiempo, más me molestaba. Y esto, sumado a que era una época de baja comunicación entre él y yo, hacían del panorama infumable.
No sé si fue uno o dos meses que aguanté estoicamente el tema. Sonríendo lo más falsamente que podía cuando le daba por hablar de él. Hasta que llegó el día.
Mi computadora solía hacer lo que se le antojaba, y entre sus atribuciones estaba dejar abierta todo tipo de sesión. No me importaba en realidad, no soy espía ni de la KGB para que tuviera que bloquear mis cuentas de correo por seguridad de estado, así es que lo dejé así.
El caso es que ese viernes en la noche llegué a mi pieza, encendí el computador y me encontré con una cuenta de mail que no era la mía. Tarde lo advertí, al ver una serie de correos de él para ella y sobre todo de ella para él. ¡Obvio que los leí todos. De parte de él no eran gran cosa, pero ella le coqueteaba en mala. Cerré el computador y llamé a mi amiga – esa de la vida- y le dije sin pensarlo mucho: “Tenías toda la razón, esta tontera se acabó”. En realidad no fueron exactamente las palabras, pero ustedes entienden que hay que mantener el perfil ¿no?.
La encaré, se explicó con una sarta de ideas sueltas que mal podrían convertirse en una excusa. La escuché, soy respetuosa, pero terminé mandándola a la cresta.
Se me pasó, al cabo de un par de meses – sí, parece que tengo el corazón de abuelita - pero la relación nunca fue la misma. No es que anduviera sin presentarle a nadie nunca más, pero no volví a confiar en ella y creo que no podría volverlo a hacer.
Es que realmente creo en las oportunidades, pero hay gente que se esmera en farréaselas. Y en este caso, lo mejor es citar a Andrés Calamaro, dar la media vuelta y desear “Buena suerte y hasta luego”.
Imagen CC avidaebella