Ok, esta maña me ha acompañado desde que tengo memoria y no existe razón lógica alguna para justificarla: detesto que toquen mi ombligo. Cualquier cosa, aún cuando sea el borde del pantalón, debe situarse lejos de esta cicatriz de mi cuerpo. Prefiero que mi ropa interior lo cubra por completo, pero que jamás lo roce o ¡enloquezco!
¿Recuerdan el tiempo aquel en que estuvo de moda usar un piercing en el ombligo? Aunque la idea me sedujo, jamás me animé a concretarla. El sólo hecho de pensar en perforarlo me ponía en niveles de histeria insospechados. Así es que debí pasar y sólo admirar a las valientes que se atrevieron (aunque sin mirarlas mucho o ¡haría cortocircuito!)
No sabría explicarles exactamente qué me produce que algo se sitúe justo en esta zona de mi cuerpo: nervios extremos, cosquillas y desesperación son los conceptos que mejor se asocian a mi arranque emocional. Tuve la mala idea de contarle a mi hijo sobre esta extraña manía: desde entonces, cada vez que quiere quitarme un enojo, toca mi ombligo, con lo cual a veces sólo logra enfurecerme más. Eso, después de mi “reacción inicial”, en la cual me tiro al suelo y me retuerzo. Es que en serio, no lo tolero. (De más está decir que poner esa foto en la portada me costó ¡horrores!)
Y ustedes, ¿tienen alguna maña similar?
Imagen CC marta ... maduixaaaa