Hasta ese momento, mi experiencia en las peticiones de pololeo se resumían en "¿quieres pololear conmigo?" o "¿quieres ser mi polola?". Sin embargo, desde que lo vi tuve la certeza de que todo sería diferente. No sé por qué. Solamente lo supe. Yo era completamente invisible para él. Se trataba de un compañero de trabajo. Para mí la regla primordial, hasta ese momento, era “jamás con un compañero de trabajo”, pero con él era inevitable.
No sé en qué momento comenzamos a hablar, pero desde que lo hicimos no paramos más. El camino a la micro después de la pega era increíblemente corto gracias a nuestras conversaciones, donde arreglábamos juntos el mundo.
Todo era perfecto, hasta que me contó que renunciaría. Yo no lo podía creer. No había pasado nada entre nosotros, pero reconozco que la noticia me dejó mal. Ese día caminamos más lento que de costumbre y extrañamente, los silencios prolongados se hicieron presentes en más de una ocasión durante el trayecto.
Esa noche dormí poco. No podía imaginar cómo sería ese último día de trabajo con mi “compañero”. Pensando, tomé la decisión de decirle lo que me ocurría: que me encantaba estar con él, que quería llegar pronto al trabajo para sentarme a su lado y el montón de cosas que a una se le ocurre decir cuando le gusta alguien.
Me levante muy temprano y decir que pasé por una producción absoluta, es poco. Llegué a mi trabajo y lo busqué, pero no estaba. Pasó todo el día. Yo no podía más porque ni siquiera tenía un teléfono para llamarlo.
Cuando faltaba menos de una hora para terminar mi turno, llegó, se sentó a mi lado y me dijo "toma", mientras me pasaba una hoja de papel kraft. Me puse tan nerviosa. Comencé a leer, pero de comprensión de lectura nada.
Ese día no pude decirle . No sé qué me pasó. Él me fue a dejar a mi casa, me dio un beso, me invitó a la fiesta de disfraces que haría para su cumpleaños y se fue. Con mis compañeras estuvimos planeando toda la semana como me disfrazaría. Finalmente, el de española fue el ganador.
Cuando llegamos a la fiesta - que de disfraces tenía poco - el común denominador era el negro. Todos adictos al heavy metal. La nota de color la ponía mi vestido negro con lunares blancos. Fue inevitable sentir las miradas escaneantes de todos. Él no estaba por ninguna parte. Mis compañeros estaban tan aburridos que se preparaban para irse. Él seguía sin aparecer, así es que tomé la decisión de irme con ellos. Cuando ya había perdido toda esperanza y estaba a punto de subirme al auto, apareció diciendo: “yo quiero que tú te quedes” y como el que no se arriesga no cruza el río, me quedé.
Cuando entramos, pidió silencio a los asistentes y les dijo: “Les presento a mi polola”.
Han pasado ya 13 años desde ese día y les confieso que perdí la cuenta de todas las veces que he releído la carta que ese día me pasó. Como dice la canción "sorpresas te da la vida" y ¡vaya que me trajo una!, por eso cada vez que me acuerdo, doy gracias por haber comprado el diario donde encontré el anuncio de la pega en que lo conocí.
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?
Imagen CC lombiz