A pesar de que llevo viviendo 6 años en la capital, mi termostato de chica magallánica sigue intacto. Cada vez que los meteorólogos anuncian que los termómetros sobrepasarán los 25 grados me comienzo a angustiar, porque se que tendré un mal día: el calor me es insoportable.
En serio no tolero las aglomeraciones de personas, andar en el transporte público con esas temperaturas ni la desagradable sensación de que la ropa se me pegue y el sudor asome, por más que trate de combatirlo.
Pero, ¡eso no es todo!: Cuando la temperatura está en 30º o más, mi ánimo queda nulo: no hablo, me irrito fácilmente, me duele la cabeza y mi energía queda en cero, así que sólo opto por estar en mi cama inmóvil. Una real lata, porque siento que algo tan banal como el calor es capaz de arruinar todo mi día.
Sin embargo, como la vida no puede quedar estancada, trato de hacer las actividades en los horarios más frescos. Y - si es ultra necesario que sea en el peak del calor - siempre voy preparada con ropa ligera, zapatos cómodos (que no sean muy cerrados), una botella de agua fría, el pelo tomado en una linda pony tail o moño de bailarina (hará calor pero, ¡nunca hay que perder el estilo!) y escudada con un buen protector solar.
Porque aunque algunas personas sean una especie de iguanas que aman el calor, yo simplemente prefiero seguir siendo una pingüina que adora el frío y espera con ansias a que la temporada otoño-invierno vuelva para que mi energía esté al 1000%.
Imagen CC Patricia Prestigiacomo