Recuerdo cuando era una pequeña y me encantaba subirme a los árboles, cantar a todo volumen en plena calle con mis amigas de infancia, gritar y que me diera lo mismo si me escuchaba todo el mundo. ¡O subirme a un columpio!, darme cada vez más vuelo hasta llegar poco menos al cielo, reírme a carcajadas con mis partners del colegio y que todo nos importara un comino, jaja, ¡sabiendo que recibiríamos el medio reto!.
Muchas veces fui a Fantasilandia y me subí a todas las montañas rusas habidas y por haber. Nunca olvidaré a una amiga de la infancia con la que contábamos hasta 3. Era cuando íbamos en la curva y al bajar decíamos tantas cosas que ni se podrían imaginar.
También era más osada para algunas cosas: me atrevía a declararme a algún bombón ya como a los 17, si me decía que sí genial y si no él se lo perdía, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta que cuando crecemos nos ponemos más miedosas.
¡No, pero por qué! Si no nos han cambiado, hasta algunas tenemos la misma cara de cabra chica de antaño jaja.
Antes hacíamos muchas cosas sin ningún problema, sin miedo a absolutamente nada. Entonces al pensar todo esto me pregunto ¿qué nos ha pasado? A medida que avanzamos en nuestra vida pasamos por situaciones buenas y malas, y de estas últimas nos quedamos estancadas, por algún trauma, desilusión amorosa, pensamos que nuestro cuerpo no funciona como antes y que por lo mismo si nos subimos a un juego nos dará un ataque o qué sé yo.
Pero saben amigas, creo que el punto está en ¡atreverse!, ya que como dicen el que no se arriesga no cruza el río.
Sí, es muy comprensible que temamos a algunas cosas, pero ya somos grandes y debemos tomar decisiones y sólo depende de nosotras el poder avanzar o saber qué pasará si hacemos tal cosa.
Porque es imposible si no intentamos algo saber los resultados, está bien que seamos medios brujillas, pero tampoco poseemos mil bolitas de cristal para saberlo todo.
Entonces ¡qué esperan! vayan por ese amor que tanto les mueve el piso, ríanse a todo trapo sin importarles que los miren feo ni piensen que están locas, canten que es alimento para el alma y sí, vayan a Fantasilandia y tírense por la montaña rusa más grande. ¡Vivan lo que sentían antes!.
Vamos que se puede ¡siempre está esa alma de niña dentro de nosotras o de joven entusiasta, sólo hay que reencontrarla!
Imagen CC Esparta