Este recién pasado 2014, nuestro país sufrió grandes acontecimientos que fueron juzgados por la ley, pero en los que nadie vio justicia. ¿Será que nos queda esperar por la justicia divina?
Ya sea en política, en lo social, en lo familiar o en lo laboral, el 2014 fue un año marcado por el descontento que la población demostró hacia el veredicto de algunos jueces chilenos, los que movidos por las pruebas o por expertos abogados, hacen que lo que parece obvio para nosotros como un delito pase a ser sólo un error, un incidente o un hecho aislado. No sólo fuimos testigos de presuntos culpables libres, sino también de inocentes que fueron puestos tras las rejas y liberados sin ningún tipo de indemnización monetaria o reivindicación moral o social.
Hemos presenciado cómo el que tiene más es el que puede más y como el que tiene menos, no tiene a favor, ni siquiera una capacitación adecuada para plantear su defensa con ayuda de un abogado. Muchas veces vemos estas cosas en TV o diarios, pero la injusticia está más cerca de lo que piensas.
En nuestras propias vidas vivimos constantes episodios en que se nos culpa por algo que no hicimos, se nos juzga sin causas comprobables o no se nos dan los beneficios que hemos ganado. Tuviste que oír una hora el reto de tu jefe por algo que te dijo que hicieras y salió mal; no te dieron el bono que te prometieron, te hicieron bajar de la micro por andar con la toalla bajo el brazo, o no saliste como beneficiario de una beca porque tu sueldo excede en 10 pesos el límite máximo.
Debo confesar que el año recién pasado fui víctima de muchas cosas que no debí: de palabras agresivas, de situaciones que no eran para mí, de risas, burlas y otras que no merecía. ¿Entiendes de qué hablo? ¿Has sentido esa impotencia, esa frustración que te lleva a llorar de rabia y pena? Ya sea con la pareja, con los padres o con los jefes, están cosas afectan y cada vez que admitimos ese trato esto sigue, se reproduce caso tras caso, en tu vida, en la mía, en la de mis compañeras.
Si bien la solución pareciera estar en enfrentarlos, en increpar con gritos o en divulgar la situación, hay algo mucho más efectivo: la paciencia y el perdón. Hay un dicho que reza: "me sentaré a la puerta y esperaré ver pasar el cadáver de mi enemigo"; pero ¿sabes que?, yo podría sentarme a esperar, pero no voy a perder mi tiempo con alguien que me dañó. Podría desearle la muerte, pero prefiero perdonar y desearme vida. Por muchos momentos sentí un tremendo resentimiento, ideas de venganza o de bromas pesadas, pero agradezco no haber actuado como ellos. La vida me ha enseñado que todo cae por su peso —y yo sé de peso—, que da vueltas y desees o no justicia, ésta vendrá a ti. ¿Justicia divina, cadena de favores, acto-consecuencia? No importa el nombre que le des, libérate de esa carga, perdona y sigue, que la mejor forma de ser quien gane, es ser feliz.
¿Han sido injustos contigo?
Imagen CC Scott*