Tuve el gran privilegio de tener una mamá profesora de música, por lo tanto ya se imaginarán que desde que estaba en su guatita pasaba escuchando distintas melodías. ¡Hermoso! Y claro, a todos nos puede influir la mágica belleza de este arte, ya que nos cambia los estados de ánimo en cualquier momento.
Fue así cómo nací con varios instrumentos a mi lado, ya que mi madre tocaba de todo: flauta, guitarra, piano y todo instrumento habido y por haber. ¡Una verdadera artista!.
Ya pueden imaginar a este rulo con patas con los tremendos audífonos y una guitarra en sus manos jaja. De a poco me di cuenta que desde niña me sentí atraída por todo lo que fuera sonido. Hasta el canto de los pajaritos, el cual que me quedaba pegada escuchando. Siempre quedó grabado en mi memoria el de una especie en particular, que habitaba una playa a la que íbamos de vacaciones.
Además, desde que tengo memoria me gustaba cantar y tenía la fijación de escuchar un mismo tema muchas veces. La música cambiaba todo mi entorno y mi universo de pequeñita, el cual ya era extraño para mí: recién descubría lo que era vivir, pero acompañándome de melodías el proceso se hacía más fácil y armonioso.
Podemos ver que a los niños en jardines infantiles siempre les colocan una canción para calmarlos, ya que eso influye mucho en su ánimo. Si son mañosos, están llorando o hasta para hacerlos dormir.
¡Y ni hablar cuando estamos bajoneadas! Colocar nuestros temas favoritos puede cambiarnos el ánimo de inmediato, ya que es una inyección a la vena de adrenalina y energía.
Incluso cantar libera el alma. Es tan lindo que después nos sentimos mucho más livianas, sin tantos problemas. Por último, si queremos gritar o decirle unas cuantas verdades a alguien, un buen tema es la mejor vía. Y listo, problema resuelto. ¡Nos liberamos!
Y alguna de ustedes ¿pasó por algo así desde pequeñita?
Imagen CC SuperUbO