Leí alguna vez un sabio viral que hablaba sobre un psicólogo que en plena clase levantó un vaso de agua, preguntando a sus alumnos cuánto creían que pesaba. Ellos, confundidos, calcularon entre 200 y 250 gramos. El docente respondió al final que ese dato era irrelevante: lo importante era el tiempo en que fuese sostenido. Sólo un minuto no era problema, pero tras sujetarlo una hora dolería el brazo. Y en un día completo sería una carga tortuosa, que paralizaría la extremidad, entumeciéndola.
Concluía el profesional su sabia cátedra diciendo que las preocupaciones eran como el vaso: si les das vueltas por una hora, nada ocurre, pero al dedicarles más tiempo comienzan a doler. Y, si nos ocupamos todo el día de ellas, nos llevarán a la inacción, paralizándonos y haciéndonos sentir incapaces de sobrellevarlas.
Este relato caló profundamente en mí, pero no lo limitaría a las preocupaciones, sino que más bien lo extendería a todo ámbito: las decepciones, los enojos, las frustraciones e incluso los vínculos fallidos con distintos afectos (amistades, parejas, familiares y un largo etcétera). A veces, damos demasiadas vueltas a alguna situación que nos generó dolor, siendo incapaces de perdonar y pasar la página. O bien, nos quedamos pegadas en ver lo difícil de un problema determinado (encontrar un trabajo, arrendar una casa, olvidar a un amor, aprobar un ramo, etc.) y caemos en lo que popularmente se conoce como “mirarnos el ombligo”. Nos enfrascamos en nuestro dilema sin salir de ahí. Y como dicen, “los árboles suelen impedirnos ver el bosque”.
Si soltamos nuestra ira, malestar, desilusión o dolor, seremos capaces de percibir el conflicto de manera objetiva. Y quizás nos demos cuenta de que es mucho más pequeño de lo que parecía. Podremos ver que la actitud “cuestionable” de esa persona (pareja, madre o amiga) nos ha impedido comprender sus fundamentos y apreciar las mil razones por las cuales su presencia en nuestra vida es ¡lo más!. Nos quedamos en detalles, sin ver la maravilla ante nuestras narices, olvidando que nosotras mismas no somos perfectas, ni infalibles. Lo mismo ocurre si, agobiadas por una cesantía prolongada, nos quedamos deprimidas y botadas en la cama, dejando pasar cientos de oportunidades. Todo llega en su momento para quienes no se rinden.
Quedarte atada a una situación X en nada ayudará. La vida es dinámica y fluida. Sigue su ritmo y recuerda que, como dice mi buena amiga Pily, la única derrota es no seguir luchando. Anímate a dejar atrás las frustraciones e ir hacia adelante por ti, por quienes amas y lo que siempre has anhelado.
Y tú, ¿vas a soltar de una vez lo que te hace daño?
Imagen CC Xava Du