Nada es para siempre y las relaciones de pareja no son la excepción a esta regla. Los días tras un quiebre son verdaderas torturas chinas y no por nada hasta los argentinos de "Los Enanitos Verdes" tienen una canción que habla de este infierno post ruptura.
Cuando iniciamos una historia de amor, jamás imaginamos cómo terminará. Pero hay veces en que las cosas no resultan; ya sea porque ambos no logramos empatizar o simplemente porque no. Y si el camino que recorrimos juntos fue largo, el proceso de olvido es aún más oscuro.
Recién producido el quiebre, intentas volver o tal vez asumes el término y te retiras dignamente. Pero al llegar a la privacidad de tu casa, en tu habitación y tu cama, arde Troya. En tu pieza están las cartas, fotos, regalos y absolutamente todo lo que te recuerda a “él”. Aquí viene el llanto desgarrado, amigas con cargamentos industriales de pañuelos desechables, mamás con consejos y tecitos para calmarte, papás queriendo golpear al susodicho y tú yendo al supermercado para desabastecer al país de todo el helado y chocolate existente.
A veces pareciera que la televisión y las radios se ponen de acuerdo para exhibir en su programación cada película y canción romántica compuesta en la historia de la humanidad. Así, la historia parece aún más dramática de lo que realmente es.
Cuando mi relación se acabó, mi mundo se derrumbó en pequeños pedacitos y mi corazón se desintegró al punto de tener que recogerlo con aspiradora. Llegué a mi casa en modo zombie y sólo atiné a tomar una ducha. Estoy segura de que los litros que lloré fueron muchos más que los que ocupé en bañarme.
Llamé a mi papá- mi fiel confidente- y le conté. Me depositó y me obligó a ir al terminal para viajar donde él trabajaba. A duras penas lo logré y durante el viaje comí más chocolate que en todo un año. Me las lloré todas y mientras el camino pasaba ante mis ojos, recordaba mi recién extinta relación. Mi playlist se encargó de hacer el viaje más deprimente y todas las parejas felices del mundo decidieron salir a la calle a restregarme en la cara su dicha. Quise con todas mis fuerzas tener un fierro golpeador de parejas felices; de verdad lo quise.
Al volver a Santiago seguía con una pena negra y me negaba a comer (lo sé, con la comida no te puedes enojar). Bajé de peso, salí a carretear como si no hubiese un mañana, me tomé hasta el agua de los floreros, bailé hasta que las velas no ardieran y mi ruptura fue la excusa perfecta para justificar mis desenfrenos. Me compré todos los malls de Santiago y me olvidé que tenía una vida.
Así pasé dos largos meses hasta que sentí que lo boté todo: la rabia, pena y dolor que me produjo el haber terminado. Ya no tenía lágrimas que llorar y no podía seguir perdiendo peso. Mis amigas ya no querían salir a carretear, mi hígado pedía a gritos que no le diera más alcohol y los músculos que tonifiqué al bailar ya me dolían al caminar. Mi papá me dijo que me comportara con la tarjeta y a mi mamá se le acabó el té. El chocolate ya no me gustaba tanto y hacía frío como para comer más helado. Ya era hora de terminar el luto…
Lo pasé mal, muy mal. Fue un infierno y al principio todo se veía negro. Según yo, no habría un futuro amoroso para mí y me sentía decepcionada de cuanto espécimen masculino que pisara la Tierra. Todo el mundo se dio cuenta de que algo pasaba, porque hasta mis profes de la U notaron mi baja de ánimo, peso y rendimiento. Pero cuando pasó la tormenta y salió el sol, me di cuenta de que no todo es tan terrible y - si bien hay relaciones que no debieran terminar -, siempre se puede salir adelante. Después de un paseo por el abismo, es posible volver a la calma y tranquilidad de tu propio Paraíso.
Y ustedes, ¿bajaron del cielo al infierno después de una ruptura?