Usualmente, nos dejamos llevar por un sinfín de preocupaciones en torno al futuro. Ejemplos abundan: lo difícil de conseguir un crédito hipotecario o un buen arriendo; los estudios, las notas, la tesis y el trabajo; las relaciones de pareja y cómo se proyectan en el corto a mediano plazo; el dinero - que no alcanza -, la familia y ¡uff, tantas cosas! que mejor ni enumerarlas. Sacas cuentas, distribuyes mentalmente el tiempo para cumplir todos tus propósitos y no logras otra cosa más que ponerte de malas. Pareciera que el Apocalipsis te pillará a medio camino: llegarás a la meta el día del níspero. Quizás no queda más que dejarse fluir, como la corriente.
Hakuna Matata, cantaban Timón y Pumba. Una forma de ser, nada que temer. Y es que estos simpáticos personajes de “El Rey León” nos enseñaban a vivir sin preocuparnos. En el fondo, que disfrutemos lo que hoy tenemos, porque mañana no sabemos. Es sabio, sí, o al menos en parte. Vivir sin pensar en el porvenir suena a una increíble fórmula para gozar el día a día, sin mayores expectativas y ¡que venga!. Pero abandonarse a este pensamiento también resulta un tanto riesgoso, ya que debemos prever los posibles conflictos que surjan en el camino y saber cómo abordarlos.
Personalmente, la idea de vivir bajo esta premisa (o del “Carpe Diem”, que viene siendo la misma), me parece la mejor solución para ir construyendo en cada jornada un futuro fantástico, con las herramientas de que dispongo y sin pensar en las que aún faltan. Me cuesta, eso sí, simplemente dejarme llevar. Pero es un intento en el cual me esfuerzo cada día y al que me aferro esperanzada en avanzar, disfrutando el viaje.
Y ustedes, ¿aplican el Hakuna Matata o viven con la mente puesta en el mañana?
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