Todo el mundo tiene alguna pequeña manía. Hay personas fanáticas del orden, otras que no pisan las líneas en la calle; en mi caso, detesto los números impares. No es algo que afecte mayormente mi vida - porque tengo claro que el mundo no se va a acabar por eso -, pero me desespera escuchar cualquier cosa en volumen impar.
Si estoy en el gimnasio escuchando música, tengo que ponerla en números como el 10 o el 12, jamás el 11. En la tele es lo mismo. No importa si el volumen 7 es perfecto, y el 6 es muy bajo o el 8 muy alto, tengo que poner un número par o sino me pongo levemente nerviosa. Pero tampoco es que sea tan loca, porque no detesto todos los números impares. Es más, me gusta mucho el 5 y a veces lo prefiero antes que al 4.
Igual esto tiene un efecto en la vida cotidiana, porque cuando estoy sola viendo tele o si voy sola en el auto escuchando mi canción favorita, nadie se da cuenta ni interfiere con mi sistema, pero cuando hay más gente se pone complicado.
Uno de los partidos de Chile en el Mundial lo fui a ver a la casa de un amigo, y como cábala, ponía el volumen del televisor en 39. Ese número, para mí, es particularmente desagradable porque está a punto de ser un número redondito, pero no lo es. Así que me incomodó durante bastante rato, pero no quería decir nada para no parecer extraña.
Durante el entretiempo, salieron todos a fumar, quedando yo sola con el control remoto. Procedí inmediatamente a cambiar el volumen a 40 y la vida de nuevo me sonrió. Nadie se dio cuenta, así que el segundo tiempo siguió con el volumen tal como yo lo había dejado. Por esas casualidades de la vida, Chile perdió ese partido. Al bajar el volumen se dieron cuenta de que no estaba en 39 y comenzaron a decir que esa era la razón por la cual habíamos perdido. No creo ser culpable del resultado de un partido, pero desde ese día, prefiero no saber en qué número está el volumen en casas ajenas.
A pesar de ese episodio, sigo creyendo que mi odio por los números impares a la hora de subir o bajar el volumen, es inofensivo para la humanidad. Estoy segura de que más de una de las que está leyendo esto siente que, por alguna extraña razón, los números pares son mejores. ¿O seré yo la que está mal?
Imagen CC Katey Nicosia