Hace algún tiempo, estuve muy interesada en cierto artilugio tecnológico de gran valor para quienes - como yo - trabajan en comunicaciones: un celular. Mi suerte con estos artefactos en los últimos lustros no ha sido la mejor, ya que el año pasado me robaron uno - que era ¡buenísimo! - y su repuesto mi hijo lo rompió (aún no me explico cómo). Por lo mismo, empecé a mirar con cariño una opción económica y bastante completa para su precio. ¡Era perfecta y se transformó en mi obsesión! Excepto por un detalle...
La carcasa de este tesoro estaba confeccionada en plástico de color negro (no mate, sino muy brillante) y las huellas digitales se marcaban sobre esta superficie de sólo mirarla. Así, cuando fui hasta una tienda a cotizar el modelo, me di cuenta de que era ¡un verdadero registro de impresiones dactilares! Tanto así, que ya se la quisiera la PDI. Además, los dedos transpiran y expelen grasa (a todos nos pasa, por más pulcros que seamos) así es que además de las marcas, el celu tenía una estela para nada atractiva.
Ok, no soy tan mañosa como parece. Sé que en todos los celulares se marcan huellas o al menos, en su gran mayoría. Pero en este modelo en particular, tal característica estaba aumentada en forma grosera. Hasta ahí llegaron mis ganas de adquirirlo. Una pena, era un gran artefacto. Pero prefiero esperar a ahorrar un poco más y comprar uno similar, sólo que con carcasas intercambiables o un negro mate, un plástico más piola, ¡quizás en qué irá! Lo cierto es que todos los celulares se marcan y el mío no sería la excepción. Pero con lo detallista que soy, prefiero que las huellas pasen piola y no tener que estar refregándolo el día completo hasta que tan limpio y bello como recién extraído de su caja (o al menos, medianamente aceptable).
¿Seré muy fregada?
Imagen CC MyTikkashop