Confieso que creé una cuenta en Tinder, ni para ser infiel ni por curiosidad, sino porque estaba aburrida y no podía dormir. Esta aplicación funciona como un "rastreador" de solteros, que filtra tu búsqueda por edad, sexo y - lo más importante - ubicación. O sea, mientras más cerca se encuentre la persona, más posibilidades hay de que aparezca. Tienes que crear un perfil - el cual puedes exportar desde Facebook -, agregar un par de fotos y una breve información sobre tus intereses o qué buscas. Luego, los usuarios te verán y podrán aprobarte o rechazarte dependiendo de cuán atractiva les resultes.
Y así, comencé con los descartes y los "tics" positivos. Un desfile de fotografías masculinas me obligaba a opinar sobre ellos en base a sus fotografías, descripciones y gustos en común. Así fue como acepté a algunos, para tener a alguien con quien conversar.
Finalmente me dormí y no revisé más. Cuando desperté, había olvidado por completo mi nueva app. Me arreglé para la universidad y subí al bus. En el viaje conecté el Internet móvil y un bombardeo de "coincidencias" (personas que me habían dado el tic de aprobación) se apoderó de mi celular.
Matías quería saber si tenía libre en la tarde, Pedro comentaba que le gustaron mis fotos, Fernando sólo buscaba sexo; y así. ¡Decenas de conversaciones iniciadas mientras dormía!. "Mejor elimino esta aplicación", pensé, asumiendo el riesgo que implicaba tener un perfil en Tinder. Pero lo que hice fue desactivar las notificaciones, olvidándome de borrar la cuenta creada.
En la noche nuevamente fui víctima del insomnio y volví a entrar a Tinder. Respondí a algunos de los "galanes" cibernéticos y bloqueé a otros demasiado atrevidos - no soy "cartucha" ni nada, pero eran muy directos y yo sólo buscaba amistad -. Así fue como conocí a "Luis" (no recuerdo bien cómo se llamaba), un fotógrafo de 30 treintañero que tenía un pequeño hijo y se había separado hacía un par de meses.
Yo tenía pareja en ese entonces, por lo que disfrutaba conversando con este misterioso hombre sin mayor intención. Pero, tal como el ícono de la aplicación, jugar con fuego es un poco peligroso y, cuando ya has entregado información sobre ti, estás exponiéndote a que te pillen.
Este amigo virtual, al cabo de una semana hablando, quería conocerme o tomarse algo conmigo al menos. Era muy guapo y además escribía muy bien: la voz de la experiencia lo hacía más atractivo aún, y me encantaba la idea de que tuviese un hijo, como yo. Pero, como no tenía ni la menor intención de engañar a mi pololo, desinstalé la aplicación y no supe más de él.
Al cabo de un mes - o un poco más -, un compañero de curso reía mucho mientras me miraba en clases. Me acerqué a él y le pregunté qué era tan gracioso. Entonces me mostró en su celular que mi perfil seguía activo y los usuarios continuaban evaluando mi cuenta. Volví a instalar la aplicación y entré a borrar el perfil. Volvió el "bombardeo" de jotes, y entre ellos, Luis me dejó un mensaje de despedida: "Un gusto haberte conocido, nos seguiremos viendo, me alegra que no hayas caído en la trampa y fueras fiel a tu pololo". Quedé helada. Alguien me había puesto a prueba - algo así como "Manos al fuego" - y por suerte no me había tentando a ser infiel. Y claro, busqué las fotos y eran falsas. El perfil era un completo "fake" y alguien me había jugado una "broma" al encontrarme en la red social.
Fue así como nunca volví a crear una cuenta en redes "dating". Admito que hasta en Ashley Madison o Imvu alguna vez cree un usuario, por las mismas razones: aburrimiento. Pero en realidad, si tu pareja se enterara de que tienes un perfil ahí (o viceversa), jamás te creerán que es sólo para "conversar". Además, entrar a estas redes sin estar soltero, es jugar con fuego.
Imagen CC jeshoots.com