Hace un par de días, fui a almorzar a un concurrido mall capitalino y - al intentar salir a las terrazas para tomar un poco de aire - un sujeto me tiró la puerta encima, volteando mi bebida. Se dio cuenta de que iba tras de él, pero no hizo nada: no abrió la puerta al verme equilibrando la bandeja, ni mucho menos se preocupó del “percance” ocasionado por sus modales vikingos. ¡Ni hablar de que se disculpara!
Tras comentar el hecho con mi pololo y algunos amigos, ellos señalaron que la actitud de este energúmeno pudo deberse a una razón que - aunque parezca inverosímil - no es poco usual entre las chicas: a muchas les molesta recibir la cortesía de un hombre. No es extraño que, tras abrir la puerta amablemente a una mujer, éstas se les queden mirando mal o hagan gestos de desagrado. Insólito, qué quieren que les diga. Disculpen si alguna se encuentra en este grupo, pero me parece una soberana estupidez.
Creo que el hecho de que un varón tenga una actitud amable con nosotras no nos hace ver débiles, ni menos “empoderadas”. Tampoco implica que necesariamente nos esté “joteando”, pensamiento que me resulta aún más descabellado (aunque bueno, no falta la que piensa que un hombre “quiere con ella” solamente porque le dice “hola”. He conocido varios casos). El punto es: ¿qué tiene de malo que alguien tenga cortesía con nosotras? Yo no veo problema, al contrario: este tipo de prácticas hacen que la convivencia con otras personas sea más grata. Nos humanizan, sacándonos un poco el celular que llevamos pegado en la cara para demostrar mayor preocupación por lo que ocurre en nuestro entorno.
¡Ojalá no se perdieran los caballeros! Es de esperar que aquellas señoritas fundamentalistas a quienes molesta la amabilidad, no terminen acabando con ellos. Es más, sería ideal que los imitaran, para que hombres y mujeres (con la igualdad que, justamente, queremos promover) hagamos la vida en sociedad un poco más amigable. ¿No les parece?
Imagen CC Lars Plougmann