Recuerdo el momento en que mi hijo nació. Para mí fue ¡el más sublime de la vida!. Había soñado tanto con el instante en que por fin vería su carita, que disfruté intensamente cada segundo. Sin embargo - pese a mi alegría -, noté que para él la situación no fue igual de feliz, ya que ¡estaba aterrado y lo vi en sus ojitos!. Para calmarlo, le di un beso y le hablé, antes de que lo llevaran a neonatología.
Él estaba tan asustado como todas lo estuvimos en la misma circunstancia, aunque no lo recordemos. Ello, porque el nacimiento es el primer acto violento que experimentamos en nuestra vida. Cada una inició su existencia en ¡ese verdadero paraíso! que es el vientre materno, donde teníamos comida a la orden en el momento en que la quisiéramos, estando seguras, cómodas y abrigadas, en íntima conexión con la mujer que nos dio vida. Y de pronto, en ese día que cada año recordamos con torta y serpentinas, fuimos despojadas de todo eso, para salir a un mundo frío y extraño en el cual nos sentimos tremendamente desvalidas.
El coach Óscar Cáceres, creador de Extraordinary People Model, nos señala que - según varios autores ligados al psicoanálisis Jungiano - es ese preciso momento el que origina la violencia que en un futuro ejerceremos, ya que se asocia a nuestras más inconscientes carencias afectivas. Y ojo, que cuando hablamos de violencia, solemos pensar en ataques de ira al más puro estilo “Carrie”, que comprenden golpes, rasguños e insultos varios. Pues bien, se sorprenderán al saber que no es así, ya que diariamente agredimos a quienes nos rodean - e incluso a nuestros seres más amados - de formas totalmente impensadas.
¿Quieres saber cómo ejerces la violencia en tu diario vivir? Pues presta atención a los siguientes puntos:
1. Cuando no escuchas a quien te habla. A veces, estamos tan enfrascadas en nuestros quehaceres, que prestamos poca atención a lo que se nos dice. Nuestra mente vuela por otras latitudes mientras esa amiga tan querida, los hijos, la pareja e incluso ¡la madre! intentan comunicarnos sus preocupaciones o contarnos cómo estuvo su día. Pues bien, querida: ésta es una forma de violencia, aún cuando no acostumbremos considerarla tal.
2. Cuando no legitimas a tus interlocutores. Si tienes a tu cargo una jefatura o ayudantía, puedes caer en el feo error de no validar lo que alguien te dice, por considerar que no sabe o carece de experiencia en el tema. Lo mismo ocurre en el hogar, si algún pariente longevo nos hace alguna recomendación. “¿Qué sabe él / ella cómo son las cosas ahora?”, pensamos. Es un craso error ignorar la opinión de otra persona, ya que absolutamente todas tienen algo que aportar. ¡Y ojo!: podría sorprendernos su sabiduría.
3. Al despreciar. En ocasiones, solemos juzgar a quien no conocemos por la forma en que se viste o alguna actitud que a nuestros ojos parezca “cuestionable”. Entonces, comenzamos a verle con desprecio, quedándonos con esa imagen y negándonos a conocerlo más a fondo, restándole valía y remarcando ese sentir con nuestras actitudes.
4. Al humillar o faltar el respeto. Cuando estamos enojadas, podemos ser muy crueles, hirientes y sarcásticas, llegando al punto de hacer comentarios que humillen o agredan a nuestros cercanos. Esto es algo que hacemos de manera tan sutil, que apenas advertimos si fuimos violentas en estos actos.
5. Al mentir. Faltar a la confianza de quien la depositó en ti es una fea manera de ejercer violencia sobre esa persona. Si lo pensamos, la confianza es algo que se gana y que cuesta entregar, pues por esencia tendemos al recelo de que nos hieran. Si alguien derribó sus defensas naturales para apostar por nosotras y respondemos a eso con engaños o mentiras, le causaremos una honda decepción y una herida de la que le costará sanar. ¡Díganme si eso no es violencia!
6. Cuando niegas a tus afectos. En relación con el punto anterior, si una persona te da su cariño en forma sincera, seguramente está invirtiendo un gran capital emocional y energético en consolidar el vínculo. Si recibes dichas atenciones, pero sólo juegas y niegas que él cumpla un rol de importancia en tu vida (como el que tú desempeñas en la suya), estarás siendo violenta y abusiva, aún cuando no lo notes. Esto, obviamente se da sin distinción de sexo y en todo tipo de relaciones. Sin querer, podemos estar recibiendo mucho de alguna amiga, a la cual estamos devolviendo muy poco.
7. Al someter a terceros. Cuando somos caprichosas y queremos que subalternos, familiares o amigos cercanos cumplan nuestras expectativas de manera arbitraria, los estamos violentando. Aprovechamos la posición de “poder” en la que estamos (sea por jerarquía o afecto), para manipularlos y someterlos a lo que deseamos.
8. Cuando consumimos sus energías, traspasando negatividad o exigiendo más de la cuenta. En este punto entran los llamados “vampiros emocionales”, que de diversas formas violentan a su entorno, tal vez sin siquiera notarlo. Si estás inmersa en una nube de negativismo y quieres que tu amiga te ayude a “bancarte” la oscura forma en que ves la vida o exiges más de lo que puede darte (y lo tomas como obligación), entonces actúas de manera agresiva.
Como ves, ninguna de nosotras puede declarar ser totalmente “pacífica”, ya que todas, sin excepción, hemos incurrido en actos de violencia alguna vez. ¡Aunque haya sido de modo inconsciente! Por eso, es importante que asumamos el daño que podemos generar con estas prácticas, tanto a quienes amamos como a nosotras mismas. Debes tener presente que, aún cuando su origen se haya registrado en la más tierna infancia, está en tu versión adulta sanar la herida y poner freno a esa sempiterna violencia que puede resultar altamente destructiva.
Y bien, ¿te animas a dejarla atrás?
Imagen CC Bo Boswell