Me encanta caminar por la ciudad, deteniéndome en detalles que para la mayoría pasan inadvertidos. Así, puedo alucinar con antiguas construcciones santiaguinas, tan viejas que parecen encantadas. Disfruto de la contemplación de armónicos barrios, gente curiosa y áreas verdes que, aunque estén escondidas, ¡las hay!
Este panorama es mil veces mejor si lo disfrutas en buena compañía. Si ya caminar, observar tu entorno y reflexionar es ¡lo más!, compartir esta actividad con tu hijo, tu mejor amiga o ¡el hombre que amas!, lo vuelve simplemente sublime. Haciéndolo es que te das cuenta de que lo grandioso está en lo simple, y que los momentos que te quitan el aliento - en los cuales te refugias cuando estás cansada o triste - no necesariamente deben ser rebuscados.
Caminar y conversar, especialmente si lo haces junto al hombre de tu vida - ese con el cual quieres envejecer - es ¡maravilloso!. Da cuenta de la magia de mirarse a los ojos, tomarse las manos, trazar planes de acción para sus proyectos comunes y arreglar el mundo, en medio de paisajes que aún siendo cotidianos, a su lado toman un cariz mágico. ¡Díganme si no suena y es genial!
Creo que tal experiencia demuestra que no hace bello a un lugar su sola apariencia física, sino la persona con quien lo compartes, ¿no lo creen?
Y ustedes, ¿cuándo fue la última vez que disfrutaron de esta pequeña “gran” cosa increíble?
Imagen CC LollyKnit