Lo queramos o no, tanto el cine como las series de TV nos roban tiempo valioso. Sin embargo, son momentos de tal disfrute y empatía que no los consideramos perdidos, pues nos involucramos con los personajes ¡como si fueran nuestros amigos!. Por eso es tan terrible descubrir que algo en nosotras cambió y ese incondicional fanatismo menguó.
Una de mis series favoritas era Malcolm in the middle, la historia de un joven con inteligencia superior cuya familia que se amaba, pero lo expresaban de forma muy poco ortodoxa. La trama giraba en torno al extraño e irascible carácter de la madre, quien debía lidiar con las extravagancias del padre (Bryan Cranston, hoy en "Breaking Bad") y los continuos problemas que causaban sus cuatro hijos.
Durante mucho años, ver a ese tipo de madre me ayudó a pensar que todos vivíamos situaciones similares en casa. Para mí era usual que ellas actuaran así. Las maldades con que los chicos buscaban desquitarse eran una proyección de lo que nunca me atrevería a hacer, aunque ganas no me faltaran. Por lo mismo, disfrutaba de cada capítulo y valoraba aquellos en que lograban el éxito, sin importar las amenazas de la neurótica mujer.
Ahora, con 31 años, veo la serie y siento que mi empatía ya no está con los niños rebeldes, sino con Lois, la madre. Ahora comprendo sus gritos, sus arranques emocionales y el deseo de ver a sus hijos en el lugar que ella deseaba, pues estimaba que era lo correcto.
Pensar en esto me lleva a reflexionar respecto a lo que vemos en TV: seguramente también tuviste una serie que te marcó y que por diversas causas ya no es tu favorita. Es extraño, pero siento que cuando eso pasa algo se pierde en nuestro interior. Es como terminar la relación con tu amigo de infancia: sientes la lejanía, la falta de contacto y también de conexión.
En ocasiones, reconocer que algo ya no está en nosotros nos causa una honda tristeza. Nos decepcionamos porque el personaje se fue, la historia tuvo un giro o perdió el sentido que tenía para nosotras. Es normal sentir que una época se fue y debes tomarlo con calma, porque es un proceso. Crecemos, cambiamos, pero aún más que eso: maduramos, evolucionamos en pensamiento y acción. Eso nos vuelve personas distintas, pero también mejores: seres analíticos, que razonan y pueden tomar mejores decisiones.
Sea cual fuere la etapa que estás cerrando, — o en la que reconoces un cambio—, no ocultes ni te avergüences de lo que viviste. Revísalo, toma lo bueno y deja aquello que no te hace bien. Cambiar es bueno y evidenciarlo nos ayuda a crecer.
¿Cuál fue la serie que te marcó y ya no sigues?